Jueves de la primera semana de cuaresma 2018

En un grupo en el que me pidieron dé a conocer la meditación, un cirujano cardiaco me pidió que deje de usar la palabra “corazón” en mis charlas. Dijo que le distraía con pensamientos de su trabajo y que en todas sus operaciones nunca había visto nada ni remotamente espiritual en los corazones. (Sigue leyendo).

Al menos le hizo pensar. Muchas personas cuando escuchan la palabra corazón la relacionan con sentimientos y emociones.  Este es un significado más cercano que el que dio este médico materialista. Las emociones son realmente “sentidas” en el pecho. Decimos que tenemos “el corazón roto” o que “nuestro corazón llora”. Quizás haya una conexión entre el centro emocional de nuestro cerebro y esta región de nuestro cuerpo. Eso podría ser interesante pero no mucho. Curiosamente, del amor se dice que se “siente” a través de todo el cuerpo.

No podemos reducir los sentimientos y emociones al sistema nervioso central. El corazón es un símbolo espiritual del centro personal de la conciencia y de la identidad central. Todas las dimensiones físicas, mentales y aún las más sutiles del ser humano convergen y concluyen en este centro de simple y duradera plenitud. Somos nuestro corazón.

Cuando meditamos necesitamos estar preparados para distintas olas y tipos de sentimientos en distintos momentos. Al principio podríamos sentir la básica picazón en los pies inquietos. Parece imposible que podamos sentarnos quietos y no hacer nada durante veinte o treinta minutos en esta postura nada familiar. A muchos les cuesta hacerlo incluso por veinte segundos. Más tarde, cuando nuestra capacidad se ha incrementado, podríamos sentir una ola de enojo dirigida hacia otros o hacia nosotros mismos, o vergüenza, lujuria o codicia; o una profunda tristeza y pérdida de sentido. Los sentimientos de vacío y de ser arrastrados hacia la falta de significado pueden ser los peores que tengamos que soportar.

La meditación no reprime, no niega ni ignora estos sentimientos. Es bueno que surjan y sean sentidos conscientemente. Vienen de algún lugar y es mejor que estén afuera. Si podemos continuar sentados cuando llegan, seremos más calmados, libres y gentiles con nosotros mismos. En este sentido la meditación purifica nuestras emociones al permitir que se resuelvan estas poco asimiladas memorias y asociaciones, y liberen su energía para un mejor uso. No es el corazón el que produce estos sentimientos; pero este nos ofrece un centro quieto, el núcleo estable de nuestra conciencia y atención que nos permite cabalgar las olas aunque sean tormentosas, y acercarnos más a la profundidad del ser donde la pura conciencia, la calma y la claridad revelan un sentimiento que está más allá del sentimiento y una emoción más allá de la emoción y que podemos llamar el amor de Dios.

La compasión y el amor son más que sentimientos; pueden ser asociados con cualquier sentimiento, dependiendo de las circunstancias y del carácter personal. Fluyen sin esfuerzo de nuestra verdadera naturaleza si no están bloqueados por fuerzas negativas dentro nuestro. No podemos controlarlas ni fabricarlas porque somos ellas.

El mantra y nuestra pequeña práctica diaria de disciplina personal y generosidad hacia los demás es nuestra tabla de surf que nos lleva a este albergue de paz.

Laurence Freeman OSB

Traducción: Javier Cosp Fontclara (WCCM Paraguay)

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