Viernes de la 2da. semana de cuaresma 2018
La soledad puede ser un secreto y una fuente de vergüenza aún más grande que la disfunción sexual. Las estadísticas sociales – y respuestas gubernamentales motivadas por la preocupación por la salud mental – sugieren que un número creciente de personas, jóvenes y adultos, reportan sentirse desconectados de los otros, no amados por ninguna persona y sin nadie con quien compartir. Esto es una cosa horrible. (Sigue leyendo).
Cuando nos sentimos solos – si decimos la verdad, la soledad es parte de nuestra condición humana – nos damos cuenta que no existimos y no podemos existir de manera independiente. Nos sentimos falsos, irreales, extraños y fuera de lugar porque la verdad es que no estamos suficientemente completos en nosotros mismos. Asimismo es igualmente doloroso que hay algo dentro de nosotros mismos que no puede ser completamente compartido y revelado como nos gustaría. La soledad puede existir aún en las más intimas y amorosas relaciones. Frecuentemente cuando queremos ser los más abiertos y claros nos damos cuenta que no funciona.
Cuando entremos a la semana santa podremos notar esto en las partes de la historia donde Jesús es mostrado en su terrible aislamiento, incomprendido por sus amigos, rechazado por falsas razones por sus enemigos. No es sorprendente que cuando esto aparece en nosotros muchos tratan de evadirlo, se ocupan más, se angustian ante un espacio vacío en su día o semana, se suman a más redes en línea, buscan cualquier forma de escapar. Pero la comunidad no lo es todo. No funciona así, de la misma manera que el matrimonio es incapaz de hacerlo para las personas que fallan en enfrentar su soledad.
Si nos vemos huyendo de nuestra soledad, avergonzados de ella y guardándola como un secreto, deberíamos ver cómo no estamos aprendiendo la lección que se nos está enseñando. Para sus seguidores, Jesús es el maestro de la soledad, y viendo esto, puede ser que nosotros emerjamos del aislamiento al amor. En su confrontación con su soledad él está profundamente silencioso. Él no culpó a sus discípulos que le fallaron o a los poderosos que se aprovecharon de él. Sus últimas palabras mostraron que no era el silencio producto de la amargura sino del amor.
El silencio es aterrador para nuestra cultura. Cuanto más solitarios nos sentimos más le subimos el volumen a la vida, como es evidente en la hiper-sexualización de nuestro mundo, la intensidad de la distracción. Necesitamos permitirnos estar en silencio. Simplemente dejarnos estar en silencio. Haciendo esto con otros – de vez en cuando hacer silencio, no hablar, es el trabajo verdadero de estar juntos – intuitivamente nos permite ver la soledad de otros sin que eso nos atemorice. Veremos que en esa soledad está nuestro potencial para Dios y comenzaremos a vernos unos a otros con ojos más amables y sabios. El dolor de la soledad abre a la claridad de lo que es la soledad y nos convertimos en solitarios en un amor común.
Laurence Freeman OSB
Traducción: Aracely Ornelas Duarte