15 de abril 2018
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Un fragmento de Laurence Freeman OSB, “Dearest Friends”, Boletín Internacional WCCM, invierno 2001.
La paz no se alcanza simplemente por erradicar y destruir el mal. Cuando nos volvemos conscientes de nuestros vicios -ira, orgullo, avaricia, lujuria- el intento de destruirlos fácilmente degenera en el odio a uno mismo. Después de todo, ¿si no podemos amarnos a nosotros mismos para qué preocuparse de amar a otros? Es mejor, en lugar de destruir las faltas, construir pacientemente las virtudes —un trabajo más lento y menos dramático, pero más efectivo. Y al evitar los peligros de la hipocresía religiosa y el fariseísmo, el trabajo [de la meditación] crea una personalidad más agradable. Oculta entre nuestras fallas —nuestra capacidad para hacer el mal— están también las semillas de las virtudes, muchas virtudes. El terrorista puede haber tenido la semilla de la justicia en él antes de que su enojo y la ilusión de que él es el instrumento de la ira de Dios lo dominara. Cuando nos hacemos la guerra a nosotros mismos (muchos de los más grandes fanáticos religiosos han estado en auto-negación) corremos el riesgo de un gran daño colateral: la destrucción de nuestras semillas de virtudes. Toda clase de violencia es un crimen en contra de la humanidad porque priva al mundo de una bondad desconocida.
El primer paso para implantar las virtudes que eventualmente subyugarán los vicios consiste en establecer la virtud fundamental de la oración profunda y constante. A través del ritmo silencioso de oración, la sabiduría lentamente penetra nuestra mente y nuestro mundo. Sabiduría es el poder universal que saca el bien del mal. Como dice el libro de la Sabiduría: “la esperanza para la salvación del mundo está en el mayor número de gente sabia”. El sabio conoce la diferencia entre autoconocimiento y egocentrismo, entre desapego y dureza de corazón, entre corrección y crueldad. No hay reglas para la sabiduría. Las reglas nunca son universales. Pero la virtud sí es universal.
Después de la meditación, un fragmento del Libro de la Sabiduría 8: 21-29 en la Biblia de la Comunidad Cristiana (Quezon City, Filipinas: Claretian Publications, 1997), pág. 925
La sabiduría sobrepasa en movilidad a todo lo que se mueve, permea y penetra todas las cosas. Es un aliento del poder de Dios, una emanación de gloria; nada impura la puede penetrar. Ella es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la acción de Dios y una imagen de la bondad de Dios.
Ella es una, sin embargo, puede hacer todas las cosas y, sin que ella cambie, renueva todas las cosas. Ella entra en las almas, haciendo profetas y amigos de Dios… Ella es ciertamente, más bella que el sol y sobrepasa todas las constelaciones; ella supera a la luz, porque la luz da paso a la noche, pero el mal no puede prevalecer en contra de la Sabiduría.
Selección: Carla Cooper
Traducción: Guillermo Lagos