26 de agosto 2018
Photo credit: Alberto_VO5 on VisualHunt / CC BY-NC
Un fragmento de Laurence Freeman OSB, “Dearest Friends”, Christian Meditation Newsletter, Vol. 33, No. 3, septiembre 2009, págs. 3,4,5,6.
En un estilo de vida ruidoso e hiperactivo, empapado en el zumbido de los medios y bombardeado por intrusiones visuales, los tiempos de la mañana y anochecer dedicados a la meditación purifican y recargan nuestro silencio. La atención es el músculo del silencio. Se desarrolla a través del ejercicio continuo. Pero nuestro estilo de vida contemporáneo y las instituciones que nos monitorean no ponen mucho énfasis en el silencio. La misma naturaleza del silencio facilita que se pierda, sin darse cuenta. Mientras más distraído seas, menos te das cuenta qué has dejado de prestar atención. Mientras más espacio ocupen en la mente los estímulos externos, menos nos damos cuenta qué hemos perdido espacio interior. Cuando eventualmente nos damos cuenta qué algo anda mal o falta, tenemos dificultad para encontrarle un nombre. (….)
Aprender a estar en silencio requiere que quitemos atención de nosotros mismos, al menos de la forma compulsiva con la que generalmente pensamos sobre nosotros, mirando sobre el hombro o mirando al horizonte. ¿Qué debería hacer? ¿Cómo puedo ser más feliz? ¿Soy un fracasado o soy exitoso? ¿Qué piensa la gente de mí? ¿Estoy en el control?
Estas preguntas normalmente determinan nuestras decisiones y nuestros patrones de crecimiento o decaimiento. Cada pregunta surge de un sentido del ego auto-objetivante, el cual tiene, por supuesto, un papel pragmático que jugar en la vida…. Sin embargo, fácilmente estas preguntas se pueden convertir en el elenco dominante de la mente desde la cual vivimos todo el tiempo. Nos convertimos en sus esclavos. La forma en que nos vemos a nosotros mismos (el ego como una cámara de seguridad que trabaja en forma continua, captando cada gesto y cada palabra) y cómo nos ven los demás (el sentirnos constantemente evaluados y encontrados deficientes) viene, con la ayuda de los medios, generado una obsesión cultural con la autoimagen. Sin frenos y sin modificaciones, destruye la confianza del verdadero ser que nos permite vivir. (…)
Todos encontramos excusas para evitar la quietud y corremos del inicio del silencio. Sin embargo, cuando entramos al silencio, la vida brota con una frescura y sobrecogimiento que es la energía de la vida de Cristo. En un instante los temores, los prejuicios y las prisiones autoconstruidas de la condición humana empiezan a derrumbarse. Vamos a nuestro cuarto interior, como lo describe Jesús, y al entrar en este cuarto descubrimos que nos estamos moviendo a través del espacio en forma ilimitada.
Después de la meditación: Mary Oliver, “A Thousand Mornings”, en A THOUSAND MORNINGS (New York: Penguin, 2012), pág. 35
Toda la noche mi corazón se abre paso
como puede sobre terreno áspero
de incertidumbres, pero solo hasta la noche
las encuentra y entonces abrumado por
la mañana, la luz profundizando, como yo
también espero (¿y cuando he sido alguna vez
decepcionado?) renacer para cantar.
Selección: Carla Cooper
Traducción: Guillermo Lagos