Cuaresma 2019: Lunes de la primera semana

Lunes de la Primera Semana de Cuaresma:  Mateo 25:31-46

Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer. Estaba de paso, y me alojaron... ; preso y me visitaron.  Sigue leyendo.

Luego de esta experiencia de desierto, no solo «lleno» pero rebosante con el Espíritu, Jesús se propuso hacer su obra. Somos felices si hemos encontrado nuestra obra en la vida y si vemos que nuestra verdadera labor no es recibir un pago o ser elogiados. Los Upanishads muestran como reconocer nuestra verdadera obra, al decir que quien “ha encontrado la labor del silencio y conoce que el silencio es labor” es feliz. Esta obra produce todos los frutos duraderos de nuestra vida y esto conlleva tiempo. También penetra lentamente la dimensión completa del tiempo en que vivimos, auxiliando a que  el ego se libere. Entonces, produce de manera natural, el fruto de la sabiduría en las buenas obras inconscientes descritas en la parábola de hoy. La bondad no tiene trazos del ego.

El primer instrumento conocido para medir el tiempo es un reloj solar egipcio de 1500 A.C. Los relojes mecánicos aparecieron en el siglo XIII. Hoy medimos el tiempo con precisión subatómica, pero cuanto más precisamente lo medimos, menos tiempo sentimos que tenemos. Se necesita tiempo para revertir este auto-aprisionamiento. «Solo a través del tiempo se conquista el tiempo». Hay un momento en el que sabemos que realmente estamos entendiendo de qué se trata la meditación: cuando vemos lo absurdo que es regatear el mínimo de veinte minutos dos veces al día al afirmar que dependemos del tiempo, que estamos demasiado ocupados y demasiado impacientes para desconectarnos del estrés. El proceso de aprender a meditar es universal, pero cada uno de nosotros tiene una forma única de vivir su patrón. Algunos se sumergen completamente al comenzar con dos períodos diarios desde el primer día, otros miden lentamente el tiempo de meditación en cucharaditas: cinco minutos, unos pocos días a la semana. En última instancia, lo que importa no es cuánto tiempo dedicamos o si tenemos éxito, sino que nos dedicamos  — en la realidad física, no en la ficción mental —; comenzamos a sentarnos, a quedarnos quietos y a hacer la labor del silencio.

Sentados. Una posición intermedia entre estar de pie y acostados. Puedes meditar en cualquier postura o actividad, pero será algo muy singular lograr este estado (meditativo) continuo si no has aprendido primero a sentarte. Sentarse quieto en un ambiente tranquilo permite que la mente se calme. Al principio sentimos lo opuesto a la calma: ansiedad, inquietud y confusión frente a la agitación mental y emocional que llega en oleadas. Notamos lo distraídos que estamos, pero buscamos instintivamente la distracción de la distracción por más distracción. Dejar a un lado los pensamientos es la respuesta simple para superar esta reacción. Pero lo podemos confundir con el objetivo de dejar la mente en blanco y sentimos que hemos fallado si, después de cuarenta segundos, todavía estamos distraídos. Entonces, en lugar de eso, decidimos no perder el tiempo, hacer algo útil y posponer la meditación por otros cuarenta días.

Para no rendirnos a la distracción, necesitamos dos cosas: la motivación de que podemos confiar, que viene de lo que nos rodea; y  la apertura genuina a algo nuevo e inimaginable. A medida que esto se desarrolla, necesitamos la virtud que los japoneses llaman gamon: la perseverancia, la determinación de continuar a pesar del viento en contra, soportar la derrota con paciencia y dignidad, y transformar el fracaso en sabiduría. Cuando los japoneses-americanos fueron internados durante la guerra, sus encargados de la prisión norteamericana malinterpretaron su gamon como pasividad y falta de iniciativa. De manera similar, hoy podemos ver el buen trabajo de la meditación como poco realista, reemplazándolo con «bienestar» o relajación. Pero entonces extrañamos el verdadero fruto de la labor del silencio: la inconsciencia de la compasión genuina.

P. Laurence Freeman OSB

Traducción: Elba Rodríguez (WCCM Colombia)

 

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