Tercera semana de Adviento 2019
En el hemisferio norte nos acercamos al nadir del año, el 21 de diciembre, el día más corto. Nadir viene de la palabra árabe que significa ‘opuesto’, refiriéndose aquí al opuesto de cenit, el punto más alto en la esfera celestial. Algo interesante de los opuestos es que cuando llegamos hasta el final, nos encontramos con la otra parte que viene hacia nosotros – y esto es de lo que se trata el adviento. Si estamos en el hemisferio sur, esa misma fecha corresponde al día más largo.
A partir de este punto, los días se hacen más largos o más cortos. Desde la profundidad de un invierno en el norte, es difícil creer que los días se están alargando, pero así es y eventualmente hay que reconocerlo. En todas las revoluciones cíclicas de nuestras vidas, los ascensos se fusionan con nuevos inicios al mismo tiempo que los períodos de obscuridad y desesperanza generan un nuevo amanecer. Sólo hay que permanecer en la ruta perseverando hasta el final y la transformación sucede. Como dijo el rabí: ‘Dios no espera que seamos perfectos, pero no tenemos permitido el darnos por vencidos.’
San Juan escribe que ‘Dios es luz y en Dios no hay obscuridad alguna’ (1Jn 1:5). Esta es una percepción cristiana fundamental dentro de la paradoja divina donde los opuestos se reúnen. Por cada enunciado que hacemos tenemos que permitir que exista el opuesto. Lo que tantas veces nos parece un enemigo, un perturbador o una negación se ve rechazado rápidamente. Pero en nuestra impaciencia e inseguridad se nos escapa el efecto de rebote cuando el encuentro de los opuestos produce un matrimonio feliz. Dios, luz y obscuridad total, a quien ‘nadie ha visto o puede ver’, vive en una luz a la que ‘nadie alcanza’ (1 Tim 6:16).
Al ser la unión de opuestos, Dios es luz y obscuridad. Esta unión es la naturaleza absoluta de la paz, no como el mundo la da, sino como Dios la derrama más allá del entendimiento humano. Nos preparamos a celebrar la natividad de Jesús en el punto en que lo que es corto crece y lo que es obscuro se vuelve más claro. Sí, Dios se revela a sí mismo, pero a la vez se esconde en lo que El revela. Eso pasó cuando la Trinidad se derramó en el recipiente humano de Jesús. Algunos atisbaron, otros adivinaron, aun otros vieron por un momento pero no podían confiar en lo que sentían. Otros se asustaron y tuvieron miedo de lo que se iba revelando en su interior. Este miedo a la luz nos dirige al mayor de los rechazos a la realidad. El relato de Navidad contiene la sombra obscura que proyecta cualquier luz intensa al ser bloqueada.
Pero, ¿nos ilumina este encuentro con la paradoja? Seguramente oramos, meditamos, actuamos, pensamos y hablamos para entenderlo mejor. Pero, ¿realmente lo hacemos? Tal vez la respuesta es que meditamos no para ver con mayor claridad o entender mejor el misterio, sino para devenir el misterio, al compartir la naturaleza de Dios. Estar iluminado no es el ver la luz, sino volvernos luz.
En nuestros días más obscuros podemos emitir e irradiar la luz de nuestro propio espíritu, que nunca es menos que la luz que diviniza. Al final del ciclo, la luz es irresistible. La obscuridad no puede resistir más – y eso es lo que hace que la Navidad sea feliz.
Traducción: Enrique Lavín, WCCM México