Jueves después del miércoles de ceniza 2020
Hace poco estuve en peregrinación en Tierra Santa. Como los próximos cuarenta días se pueden ver como una especie de viaje interior al tiempo sagrado de Pascua, pensé que podríamos comenzar estas reflexiones de Cuaresma con un enlace a los lugares sagrados asociados con la vida de Jesús de Nazaret.
La meditación, tal como una peregrinación física que implica viajes, compañeros variados y una combinación de cambio constante y propósito constante, es un viaje dentro de un viaje. De hecho, el camino de la vida se compone de caminos innumerables, a veces cruzados, a veces bloqueados, a veces entusiastas, otras veces frustrantes. Siempre sorprendentes. Como todo siempre está pasando, aprendemos a ser buenos peregrinos adaptándonos a la realidad, despojándonos de las ilusiones a medias con las que a menudo tratamos de hacer frente al cambio. Las primeras ilusiones en caer son sobre Dios.
Normalmente imaginamos a Dios como muy por encima del cambio, como un extraterrestre fuera del flujo de tráfico de la historia humana. Si Dios alguna vez baja al nivel humano, viaja como una persona poderosa con una escolta de motocicletas (por ejemplo, el clero), mientras que la gente común se detiene para dejarlo pasar. Para desengañarnos de esta idea, Dios sucedió de una manera única e inexplicable a través de una joven llamada María en una aldea de unos 150 habitantes, llamada Nazaret, un remanso de un remanso de una tierra con habitantes siempre luchando entre sí y ocupados por un poder pagano despiadado. La broma judía es que si un judío quedara varado en una isla desierta, construiría dos sinagogas para poder tener una a la cual se negara a asistir. Dios fue traducido al ser humano en un lugar demasiado humano. Una tierra santa de disputas territoriales inmemoriales.
Jesús de Nazaret nació en una clase artesanal. Trabajó con sus manos. Sus enseñanzas sobre el más profundo de los misterios se expresaron en el lenguaje de la agricultura y la vida del pueblo. No habló en sutras abstractos tratando de verbalizar las sutilezas de lo divino. Solía emplear símbolos sencillos como un tesoro enterrado en un campo o un hijo rebelde que llega a casa con la cola entre las piernas. En lugar de conceptualizar la verdad, trató, generalmente sin éxito, de ayudar a las personas a descubrirla por sí mismas, permitiendo que emerja a través de sus propias vidas ordinarias. Más tarde, algunas personas se dieron cuenta de que no estaba dando una respuesta, sino que encarnaba la verdad. El medio fue el mensaje.
En Nazaret hay una placa de bronce en el suelo de la casa de María donde (créanlo o no) Gabriel se le presentó y ella dijo que sí. La placa dice "Y la Palabra se hizo carne". Ese es un buen sentido de dirección para comenzar con la Cuaresma. El lenguaje sagrado del cristianismo es el cuerpo. El mío, el tuyo, el cuerpo de todos. Igual y único.
P. Laurence Freeman O.S.B.
Traducción: Marina Müller, WCCM Argentina