Primer domingo de Cuaresma 2020

El modesto Jordán alimenta el Mar de Galilea, que es el lago de agua dulce más bajo de la tierra. El sitio también es uno de los primeros asentamientos humanos en el mundo. En nuestro paseo en bote, sentí que hay algo que podemos llamar el espíritu del lugar. Hay un espíritu del Mar de Galilea, como hay un espíritu de Bonnevaux, algo de energía y presencia que se encuentra intensamente en ciertos lugares que los hace sentir largamente familiares cuando los visitamos por primera vez.

Fue aquí donde Jesús caminó sobre el agua, salvó a Pedro de ahogarse en su duda y aquí preparó un desayuno de pescado para sus amigos después de la Resurrección. Temprano en la mañana, en el bote en medio del lago, apagamos el motor, leímos las escrituras que se referían al lago y luego nos sentamos en una gran presencia silenciosa.

Cuando Jesús calmó la tormenta aquí, fue despertado por sus aterrorizados compañeros que no podían creer cómo podía estar dormido en tal tempestad. Los reprendió por su falta de confianza. En la paz del Mar de Galilea, como en el silencio del desierto, nuestras habituales  preguntas interminables y la inquieta demanda de la mente por la certeza y la tranquilidad se detienen por un tiempo.

En ciertos momentos de meditación, también, podemos entrar en un espacio de profundo silencio y quietud, libre de pensamientos, solo vagamente conscientes de que los pensamientos están parloteando fuera del escenario, detrás de la cortina. Podríamos dirigir nuestra atención a este ruido mental, pero ¿por qué deberíamos hacerlo? Pronto volveremos allí.

Podríamos llamar "buenas meditaciones" a estos momentos. Pero en general, no son mejores que los tiempos de turbulencia o lucha que llamamos los "malos" o "duros" momentos. La paz de la Resurrección que buscamos y anhelamos y que podemos saborear es diferente de ambos. Es la base de ambos y contiene ambos. Esta es la paz que no se sacude incluso cuando las tormentas nos golpean en la vida o las turbulencias internas surgen repentinamente como una fase inesperada de nuestro trabajo interno.

Cuanto más nos familiaricemos con esta paz que no podemos entender, más libres nos volveremos de depender de las meditaciones "buenas" y del temor a las "duras". Esta libertad le permitió a Jesús moverse a través de la turbulencia, del rechazo y finalmente de la aflicción y la violencia con el tipo de desapego que no nos aísla en una burbuja de autosuficiencia sino que fortalece nuestra soledad en una relación más profunda con los demás. En su caso, esta identidad única lo hizo presente a todos los demás, desde los primeros colonos humanos en la orilla del lago, milenios antes, hasta sus amigos y discípulos con quienes caminó desde Galilea a Judea.

En la paz de la no dualidad, estamos compasivamente presentes para todos. Por su ecuanimidad, Jesús reconoció la fuente de las tentaciones de las que fue presa después de sus cuarenta días en el desierto. Cuando estamos despiertos al Ser universal, no es tan difícil enfrentar la voz del ego, como vemos en el Evangelio de hoy (Mateo 4: 1-11)

Laurence Freeman O.S.B.

Traducción: Marina Müller, WCCM Argentina

 

 

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