Lunes de la primera semana de Cuaresma 2020

«Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.»

Subimos a la montaña de la Transfiguración, compitiendo por los autobuses con otros peregrinos tan amablemente como pudimos. De regreso, mientras esperábamos un largo tiempo para que la furgoneta nos recogiera, mis pies se habían enfriado mucho. Me recordaron los envolventes fríos de mi infancia londinense, esperando un autobús mientras mi cara, manos y pies se congelaban. El glorioso cuerpo humano es propenso a muchas aflicciones y limitaciones. Puede transfigurarse en luz, convertirse en un arco iris, incluso resucitar de la muerte y aún así tener escalofríos, dolores y molestias. Puede florecer,  prolongar su vida y puede tristemente desfallecer. 

La salud y el estado físico son un filo de navaja, una cuerda floja de la que podemos caer fácil y rápidamente. Por primera vez en cien años la esperanza de vida en el Reino Unido está disminuyendo de manera dramática, especialmente entre las mujeres de los grupos sociales más pobres, después de diez años de austeridad muy injustamente distribuida. Sin embargo, el cuerpo humano, a pesar de todas sus fragilidades, sigue siendo el idioma sagrado de la fe cristiana, al igual que el sánscrito, el pali, el hebreo y el árabe lo son para otras comunidades. El latín, el griego y el arameo no fueron el idioma al que se tradujo la Palabra de Dios en Nazaret o lo que explotó como energía pura de luz en la montaña. Es el cuerpo el que conoce los pies fríos, los granos y el éxtasis.

En su capítulo sobre la observancia de la Cuaresma y en muchos otros lugares de la Regla, San Benito describe la atención y la disciplina, el respeto y el cuidado que el cuerpo merece. A diferencia de otros maestros espirituales, él no denigra el cuerpo ni sugiere que se deba inducir el sufrimiento para acercarnos a Dios. El cuerpo es un compañero siempre cambiante y un instrumento del viaje espiritual. Si lo tratamos mal, si somos demasiado indulgentes o demasiado severos, no podremos tocar la música para la que ha sido creado. Al final del viaje tratamos al cuerpo físico con honor porque nos ha servido tan bien como podría y porque ahora estamos vestidos con otro cuerpo. El Espíritu, dijo Teillhard de Chardin, es materia incandescente.

Cuando lleguemos al final de la Cuaresma esperamos estar listos para entrar en los misterios de la Resurrección y ver cómo el cuerpo de Jesús se manifiesta en diferentes formas, una de las cuales es la nuestra. La Transfiguración nos recuerda que somos, incluso ahora, en esta forma física, vasijas de barro que llevan la luz de Dios que, con el tiempo, nos transformará completamente en sí mismo.

Laurence Freeman O.S.B.

Traducción: Elba Rodríguez (WCCM Colombia)

 

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