Jueves de la primera semana de Cuaresma 2020
La incapacidad de perdonar, cuando quisiéramos, es una de las cruces más pesadas que podemos llevar. Puede agobiar nuestro espíritu y nuestras emociones con un sentimiento de fracaso y culpa. ¿Cómo podemos ayudarnos a llevar esta cruz, hasta que nos demos cuenta en un momento de liberación, que el peso de la cruz es sólo la carga de la ilusión?
El deseo de venganza (a veces lo llamamos «justicia») es comprensible cuando alguien nos ha hecho daño. Pero rara vez es una elección que hacemos. A veces es un sentimiento de deber (en una cultura de venganza) o nuestra respuesta instintiva y dolida cuando el ofrecimiento de reconciliación ha sido rechazado. Así lo demostró la Comisión de la Verdad y la Reconciliación posterior al apartheid, en principio, la mayoría de las víctimas no quieren vengarse para ver sufrir a su opresor. Quieren oír una confesión, un reconocimiento de que el delincuente fue responsable del dolor infligido. Al parecer, la negativa a admitir la culpa es lo que desencadena la ira extrema de venganza, que irónicamente hiere a la víctima aún más que al perpetrador.
El perdón y la reconciliación son dos etapas distintas en el proceso de curación de las heridas y traiciones humanas. El perdón no es un perdón que concedemos sino una integración de nuestros propios sentimientos (de considerarnos una víctima) de rechazo e indignación con nuestro verdadero y profundo yo. El perdón es una curación de la propia sensación de la víctima de ser traicionada, una sensación que con frecuencia conduce al autorrechazo y a ese sentido de indignidad. En lo profundo de la naturaleza humana está la expectativa de que debemos ser tratados, y seremos tratados con justicia. Siempre que esta expectativa es traicionada, nos vemos sumidos en la confusión y no vemos claramente dónde recae la responsabilidad. Demonizamos a la persona que nos ha herido o decepcionado. Culpamos a la persona equivocada. O nos culpamos a nosotros mismos.
Todo esto crea confusión en el alma. Cuando tratamos de meditar, pronto encontramos que esta agitación se ha convertido en una obstrucción mayor, como un avión atravesando una zona de turbulencia. Si perseveramos, el poder de la atención pura puede penetrar y comenzar a disolverla. Pero probablemente todavía tendremos que compartir [esta confusión] con alguien que pueda prestarnos atención o a quien le paguemos para que nos preste su atención. El perdón entonces hace progresos cuando retiramos nuestras proyecciones. Luego le preguntamos, interiormente, a la persona con la que estamos en conflicto, «¿por qué me golpeaste?» Esta es la pregunta que Jesús le hizo al soldado que lo golpeó durante su juicio. Esto genera un cambio en nuestra manera de pensar.
Se abre una visión de la otra persona y, en poco tiempo, este conocimiento se profundiza por la compasión. Sólo tenemos que vislumbrar el dolor, la confusión en su alma, la cruz que está cargando la persona que nos ha herido. El deseo de venganza o de “desaparecer" a la persona, entonces cede a la compasión a lo que llamamos perdonar a nuestros enemigos.
La Cuaresma es un buen momento para hacer un inventario de nuestra historia de relaciones para ver si tenemos la necesidad de este perdón. Es una época en la que simplificamos. Al hacerlo, nos entendemos mejor a nosotros mismos en relación con los demás. Y aquello de lo que normalmente huimos puede ser enfrentado. Como resultado, encontraremos libertad emocional, ligereza de corazón y una conciencia liberada.
Laurence Freeman O.S.B.
Traducción: Elba Rodríguez (WCCM Colombia)