Segundo Domingo de Cuaresma 2020

 

En el evangelio de hoy sobre la Transfiguración, Jesús lleva a sus tres discípulos más allegados a la montaña «para que puedan estar solos». No era para una reunión de estrategias o de planificación financiera, sino para rezar, para estar verdaderamente juntos. Habiendo estado en la misma montaña recientemente, puedo confirmar que no hay cobertura telefónica allí. Tienes que estar. Para ellos, fue el momento en que lo vieron como un ser de luz. 

En otro momento y en otro lugar, cuando estaba «rezando a solas en compañía de sus discípulos», les hizo la pregunta que les cambió la vida: «¿Quién dicen que soy?». Estaban lo suficientemente despiertos en comunidad para escuchar la pregunta en soledad.  En otras ocasiones en los evangelios la soledad y la comunidad, tan aparentemente opuestas, están integradas. Esto también se experimenta a través de la meditación regular y viviendo la comunidad que crea. La danza entre la soledad y la comunidad, son dos caras de la moneda de la vida, y son esenciales para la salud de la mente y el alma. Cuando la danza resulta y estamos saludablemente equilibrados, no tememos a la soledad ni nos sentimos atrapados por la comunidad.

La vida moderna está excesivamente dirigida hacia el exterior y es demasiado ajetreada. A medida que nuestra sobrecarga de información y la demanda de respuesta instantánea aumenta, también aumenta la sensación de que estamos abrumados por todo lo que insiste en llevarse a cabo o responderse ya mismo. La comunidad, el equilibrio de la vida, los delicados grupos de apoyo de amigos y familiares, sentirán la tensión si el estrés aumenta. Muchos empresarios empiezan a sacrificar inconscientemente a su familia por su carrera antes de darse cuenta de lo que está pasando con la parte más preciosa de sus vidas.

Ante la presión de todo esto, la pérdida del elemento contemplativo de la vida —la capacidad de ser en lugar de hacer y de disfrutar en lugar de adquirir— es la primera de las fatalidades. No te sorprenderá que recomiende la meditación a diario para resucitar la vida y salvar el día. Pero hay otra pequeña «práctica de la presencia de Dios» (también conocida como consciencia o recogimiento) que puede ayudarnos a prepararnos para meditar y que es fruto de la meditación. También es algo beneficioso si estás demasiado ocupado para meditar.

San Benito, en su manual de estilo de vida, La Regla para los Monasterios, comienza con un buen consejo: cada vez que comiences un buen trabajo, debes rezar a Dios sinceramente para llevarlo a la perfección. Para las personas para las que la idea de Dios es seria, es posible leer esto como un llamado a la plena presencia de la mente y el corazón en el trabajo que hacemos en un espíritu de alteridad. Incluso para la persona que piensa que esto es un ejemplo de la imaginación mítica, el mensaje es útil - reflexionar sobre el significado de tu trabajo antes de que te ahogues en él.

Todo lo que tenemos que hacer, en cada nueva tarea durante el día, es una pausa. Luego recuerda la pregunta del por qué. «¿Por qué estoy haciendo esto? ¿De dónde viene mi motivación? ¿Puedo sentir el significado de mi trabajo como una conexión entre lo que hago y las personas que serán influenciadas por él?» De esta manera, nos encontramos trabajando para otros y haciendo ciertamente un buen trabajo, aunque no sea perfecto.

 

Laurence Freeman O.S.B.

 

Traducción: Elba Rodríguez (WCCM Colombia)

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