Lunes de la segunda semana de Cuaresma 2020

Es difícil meditar cuando tenemos dolor de muelas, o nos agobia la tristeza o la ansiedad, el hambre o incluso una congestión nasal. En los días de la fe colectiva, la gente entendía mejor los consejos de mantenerse saludable para poder rezar. Hoy, cuando nos resulta difícil superar "mi experiencia" como la prueba y el significado de todo, llegamos a la meditación como una herramienta para el "bienestar".

Quizás el problema es que tenemos que saltar a la parte honda. Nuestra poca formación religiosa o espiritual no nos ha preparado para el sufrimiento ni para la disciplina de una práctica centrada en el otro como la meditación. Sin embargo, habiendo perdido tanto de las cosas que dan sentido y equilibrio a la vida, tenemos que entrar a la parte profunda y comenzar a meditar cuando sea y por cualquier razón que podamos encontrar. Luego, eventualmente, si perseveramos, descubriremos que la experiencia en sí nos enseña una lección inestimable: el ir más allá de nuestra propia experiencia.

Digamos que estás meditando regularmente. La vida es tranquila y regular y tiene brillo y promesa. Luego, una aflicción (la muerte de un ser querido, una pérdida personal, una separación o rechazo, una enfermedad) interrumpe tu vida y un rayo de hierro entra en tu alma. Sigues meditando porque la práctica, sin tener en cuenta en qué parte del ciclo de crecimiento te encuentres en ese momento, se ha introducido en tu piel y tus biorritmos. Ahora eres un meditador: es tan natural como respirar. Pero cuando te sientas y tratas de decir el mantra, tu mente parece estar más distraída que en tu primer día de meditación. Los avances de las escenas que aún no han sucedido pasan por tu imaginación. La ansiedad, el dolor, la ira, la tristeza se desatan y, como una banda de matones, invaden tu morada interior y destruyen tu espacio personal ordenado.

Sabes qué está sucediendo y qué pasará. ¿Pero cuándo? Hay momentos, como un intervalo soleado en un día tormentoso, en el que te encuentras en la paz del Señor y sabes que el gozo está siempre en aumento allí. Sin embargo, estás perdiendo la batalla contra el pensamiento y el sentimiento. La agitación de los pensamientos es imparable porque provienen de sentimientos que no se pueden controlar. No se puede razonar con ellos. Nos decimos, "esa es una idea sin sentido" o "no vale la pena preocuparse, no hay nada que pueda hacer ahora". Pero los sentimientos tienen vida propia, en la zona del corazón y en el plexo solar que manifiestan estos pensamientos.

En esos momentos entendemos por qué Jesús dijo "no te preocupes, tranquiliza tu corazón preocupado, confía en mí", porque sabía perfectamente lo difícil que es eso. Sin embargo, para la persona de fe, cambia todo al recordar estas enseñanzas.

Es tan difícil esperar sin exigencias o expectativas, miedos o esperanzas, es tan difícil no planear un futuro irreal que tenemos que construir con la imaginación antes de poder fantasear sobre ello. Pero es la irrealidad de todo esto lo que nos pesa, y es agotador. Estamos conflictuados: imaginándonos lo que podría suceder, arrojados de la esperanza a la desesperación; pero también temiendo el final del tiempo de espera, por si la realidad resulta ser peor de lo que nos imaginamos.

En algún lugar de todo esto está sonando el mantra. Y algo nos está enseñando.

 

Laurence Freeman O.S.B.

Traducido por Mary Meyer, WCCM Paraguay

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