Jueves de la segunda semana de Cuaresma 2020

Un intelectual ateo que conocí me dijo una vez: "Ojalá fuera un católico que pudiera creer que encender una vela para alguien en problemas pudiera servir de algo". Es una actitud de fe que muchos no creyentes tienen, deseando ser menos inteligentes y menos libres de ilusión para que pudieran tener el consuelo falso de creer en una ilusión.

¿Qué diferencia hace encender una vela? ¿O la eucaristía? O cualquiera de los tipos de oración que parecieran aliviar nuestra ansiedad o soledad, pero que no hacen ninguna diferencia en la causa del problema. Al igual que comprar un boleto de lotería, sabemos que no ganaremos, pero igual lo compramos.

"Pide y recibirás, busca y encontrarás, llama y la puerta se abrirá". En tiempos de angustia, especialmente, estas palabras pueden malinterpretarse fatalmente. Lo que realmente quieren decir solo se puede entender cuando hemos descubierto lo que no quieren decir. Descubrir su verdad sacude nuestra idea de Dios hasta las raíces, y disuelve las ilusiones que tanto tiempo hemos tenido y atesorado sobre nosotros mismos como hijos de Dios. Los niños tienen fuertes expectativas. Por ejemplo, clamas en tu valle de oscuridad pidiendo el fin del dolor, el alivio o un buen resultado de todo lo que estás pasando. Durante la Primera Guerra Mundial, los soldados en las trincheras escuchaban toda la noche cómo sus compañeros heridos morían solos en esa tierra de nadie. Al principio, clamaban a Dios para que les salve. Pero justo antes de morir, simplemente llamaban a sus madres.

Apelar a Dios, desde un corazón sincero, para cambiar las cosas cuando se vuelven insoportables puede traer alivio. Pero cuando la oración regresa sin respuesta, "regresa al remitente" y las cosas continúan empeorando, el alivio cambia a desconcierto y desesperación.  ¿Cómo puede Dios ser tan cruel, tan insensible a sus hijos? Es entonces cuando nuestra versión de Dios comienza a morir.

Los dioses del mundo antiguo, quienes dependían de la devoción y credulidad humana, comenzaron a desaparecer cuando la gente dejó de creer en ellos y transfirieron su lealtad a nuevos dioses. Los dioses falsos siempre mueren y nuevos nacen. Pero es muy difícil descubrir y aceptar que el Dios al que rezamos con tan sincera esperanza está en silencio porque no existe. 

Sin embargo, ese mismo silencio terrible y negativo puede convertirse en el verdadero silencio del Dios viviente. Tenemos que soportarlo, sentarnos en él, aprender a esperar sin esperanza porque la esperanza sería esperar lo equivocado. El vacío estéril del espacio muerto de nuestra antigua fe queda preñado, cómo o cuándo no lo sabemos. A medida que el Dios recién nacido y verdadero crece en nosotros, sentimos esperanza y alegría al sentir el movimiento de vida. Esta es la espiritualidad del desierto de la Cuaresma - permitir que lo recién concebido se forme mientras aguantamos, esperando, sin contar con eso que consideramos esperanza. Y encontrando, a pesar de todo, el gozo en medio del sufrimiento. 

Laurence Freeman O.S.B. 

Traducción: Mary Meyer (WCCM Paraguay)


 
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