Miércoles de la quinta semana de Cuaresma 2020.

En este último tiempo, muchas personas están tomando conciencia, abruptamente,  que en la vida antes del virus se habían olvidado de algo obvio: que por encima de todo, la vida es un viaje espiritual. Muchos están recordando que es necesario transitar un camino espiritual para permanecer conscientes de que la vida es un viaje espiritual - en medio de las intensas incertidumbres y las medidas extremas -.

            Para quienes ya se esforzaban por ser fieles a una práctica espiritual regular, esto es, meditar dos veces al día, ahora ven claro que un camino espiritual es mucho más que la elección de un estilo de vida: es “lo único necesario” (Lc, 10:42). Darse cuenta de eso es tomar conciencia nuevamente. Ser conscientes es estar vivos. La mejor manera de sobrevivir es estando despiertos. Este es el trabajo de la humilde práctica de la meditación diaria y del mantra.

            Damos gracias a Dios por internet y por las redes sociales. A pesar de cualquier uso equivocado que pudiéramos haber hecho antes del virus, ahora estamos descubriendo que también pueden ser un salvavidas hacia el sentido y la conexión. La relación interna con los demás nos lleva a la profundidad y al sentido, al recordarnos la gracia necesaria de la amistad. La práctica espiritual compartida no nos hace perfectos, pero crea comunidad.

            Sentirse parte de una comunidad contribuye a la resiliencia y profundiza la paz en estos días solitarios de aislamiento social, que pueden ser apabullantes. La recepción de la propuesta “Un camino contemplativo a través de la crisis” de la WCCM, ha sido asombrosa. Una oleada de personas se han suscripto para unirse al camino y recibir las enseñanzas, los videos y los audios, que les permiten elegir a cada uno qué recurso lo ayuda más en cada momento. Y por sobre todo, apoya a la práctica diaria con un sentimiento de comunidad. Seguimos un camino espiritual y asumimos el compromiso por nosotros mismos, pero la soledad a la que nos lleva el camino a la vez revela la conexión profunda que tenemos con todos los demás. No es un club, es una comunidad inclusiva especialmente percibida entre aquellos que transitan el camino juntos, apoyándose y siendo apoyados, a veces dando aliento, valor, coraje, y otras recibiéndolo.

            Seguir un sendero espiritual nos enriquece con el regalo de la amistad espiritual. No hay ningún precio, ninguna cuota de afiliación que pueda corresponder a este regalo, que sana el aislamiento y la soledad, que también son virus que atacan desde hace rato nuestra cultura. Un camino también alimenta y calma la mente, al darnos herramientas esenciales y percepciones que nos ayudan a afrontar el sufrimiento, los problemas, la pérdida o el miedo. Sin un camino, estamos agobiados. Sin embargo, nunca estamos lejos del camino. Tenemos un sentimiento de regreso al hogar cuando volvemos a conectar con él.

            Por primera vez, la mayoría de las iglesias en Occidente están cerradas para el culto público por el coronavirus. Se habían ido vaciando durante un largo tiempo, debido a que el espíritu y la forma de adoración y culto comenzaron a resultar vacíos de significado, sin conexión con un camino espiritual interior, especialmente para las generaciones más jóvenes que tienen una manera de pensar más libre. La religión que no promueve una práctica contemplativa, tarde o temprano termina siendo sólo un ritual externo hecho de apariencias. Le falta corazón, que es la dimensión más preciada de la existencia humana.

Laurence Freeman O.S.B.

Traducción: Gabriela Speranza

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