Lunes de Semana Santa 2020
Desde la ventana de mi estudio tengo una gran vista aquí en Bonnevaux. Puedo ver hacia el lago y el valle que nos lleva hacia abajo al árbol que hemos denominado “Árbol de la Resurrección”. Es un viejo roble donde prendimos por primera vez el Fuego de Pascua la noche del Sábado de Gloria el año pasado.
Tenemos la esperanza de hacer lo mismo esta vez, en unos días: el mismo ritual pero en un mundo muy diferente. Voy a ver si podemos poner una foto del árbol en la Sabiduría Diaria de hoy.
Conforme el clima va haciéndose más cálido y los árboles van reverdeciendo rápidamente, me encuentro abriendo la ventana con más frecuencia mientras estamos aquí. Al hacerlo hace un momento pude ver a uno de los gatos que tenemos en Bonnevaux, en busca de alguna posible presa. Volteó a verme y emitió un maullido patético, continuando con su búsqueda. En el lago, las ranas comienzan su ritual amoroso de primavera con gran estruendo y repentinos silencios. El canto de los pájaros se ha vuelto tridimensional. Todos los animales, aún el espantoso ciempiés que me asustó de camino a la cocina anoche, son nuestros amigos. Necesitamos de su compañía tanto como de la de nuestros amigos humanos. Tal vez, debido a lo que estamos aprendiendo al estar en soledad, trataremos a ambos mejor.
A través del aire, ahora más fresco y limpio por la reducción de la contaminación, llegan oleadas de nuevos aromas. Nuestro amigo, el mundo natural, es capaz de compartirse con nosotros y recordarnos que juntos pertenecemos a algo más grande.
El relato del evangelio del día de hoy inicia con una comida entre amigos, Jesús, Marta y María. Su hermano Lázaro ha sido levantado de entre los muertos. Como todos aquellos que han sido levantados, restaurados y resucitados, ha sido reestablecido a esta misma vida de compañía, en la que sabemos a dónde pertenecemos, pero de una manera nueva. También participa en la comida.
María llega con un ungüento muy caro, nardo puro. El nardo crece en la cordillera del Himalaya, compartida por Nepal, China e India. Hace unas semanas, cuando estuve en Israel, me regalaron un pequeño tubo con nardo y lo acabo de oler de nuevo. Su color es ámbar y tiene varios usos: medicinales, incienso (en el Templo de Jerusalén) y como perfume – tres propósitos diferentes con significados relacionados entre sí.
María utiliza esta valiosa sustancia para ungir los pies de Jesús y luego los enjuga con su cabellera. Los cuatro evangelios narran este relato con ciertas variaciones. En el evangelio de Lucas, por ejemplo, la mujer es una pecadora, lo que a veces se asocia con ser una prostituta. El ungir los pies es una señal de respeto, aunque el detalle del pelo es distinto y poco común. En la versión de Juan, Judas, reduciendo el misterio y el ritual a un nivel material, se queja de la extravagancia. Jesús defiende a la mujer, relacionándolo con su sepultura, que sabemos no tardará en suceder. Estas diferencias crean un cierto sentir de incertidumbre que no podemos definir con precisión racional: una transición se acerca, un clímax y un nuevo tiempo.
La incertidumbre – tal como estamos experimentando ahora en esta pandemia – puede estar llena de misterio y significado. Si aprendemos cómo vivir con la incertidumbre y abiertos al misterio, podremos oler el significado, tal como la gente en el relato olió la fragancia del nardo que llenó la casa entera.
Laurence Freeman OSB
Traducción: Enrique Lavín, WCCM México