Cuaresma 2012. Miércoles de la 5ª Semana de Cuaresma

Cuando el invierno llega al Ártico, los solitarios osos polares se tienden en el hielo y se hacen un ovillo para su larga hibernación. La nieve les cae encima y los cubre manteniéndolos vivos en el desierto helado; el aislamiento frío los preserva del frío mortal.  La osa da a luz durante su largo y profundo sueño. Los chillidos de los diminutos oseznos activan su provisión de leche, siete veces más nutritiva que la leche humana, y su instinto maternal se demuestra más fuerte que la más poderosa somnolencia. 

 

En la primavera continúa, con los oseznos dando volteretas en sus talones, buscando algo de comida sólida pero manteniendo los ojos abiertos ante el peligro de los machos hambrientos para los que sus bebés pueden ser un bocado irresistible.

No podemos evitar vernos reflejados en el mundo animal. Todas nuestras fallas humanas están allí, territorialismo, celos sexuales, posesividad, los instintos de supervivencia del ego. Lo que no hay entre los animales es cualquier sentido de pecado. Comer los jóvenes oseznos, pelear a muerte por el dominio sexual, no mancha su inocencia.  Si hacen cosas que nosotros encontramos reflejadas en nuestras más altas cualidades como la fidelidad o el auto sacrificio, ellas también pertenecen a la esfera natural y no pueden ser consideradas como virtudes. En el Génesis, Dios hizo los animales para hacer compañía a los humanos pero descubrió, sin embargo, que no bastaron para satisfacer la necesidad humana de unión.

A menudo calificamos la inhumanidad humana como animal, lo cual, por supuesto, es un insulto al reino animal. Los animales cazan y matan pero lo hacen para sobrevivir, no como lo hacemos nosotros por placer o para descargar nuestro enojo en criaturas más débiles.

               ¿Cuál es entonces la diferencia?  Algún factor que llamamos conciencia o una particular cualidad de la conciencia que es específicamente humana. No una conciencia que nos hace innatamente superiores, sino una que nos hace infinitamente afortunados. No es (sólo) que somos biológicamente más inteligentes o amables; sino que hemos sido agraciados hacia una condición más despierta por la conciencia de que somos conocidos. Vivimos dentro de un conocimiento benevolente que es más que instintivo y de auto preservación. Llamémoslo gracia – un regalo que fluye desde alguna no objetivable fuente de puro ser directo hacia los reservorios de nuestras almas.

               El próximo salto adelante es que, tomando conocimiento de esto, somos impulsados a dirigir la atención hacia la fuente invisible, aún si ello significa, como lo hace en realidad, dejar de prestar atención a nosotros mismos.  Y así, buscamos un maestro visible y tangible en quien la gran fuente esté totalmente presente y disponible. A través de esa conexión podemos beber de la fuente del ser, tan nutritivamente como los oseznos toman su leche.

Entra Jesús:

Si siguen mi palabra, son mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres. 

 

Laurence Freeman OSB

Traducido por Javier Cosp Fontclara

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