23 de agosto 2020
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De Laurence Freeman OSB, “Letter Four”, THE WEB OF SILENCE (Londres: Dartman, Longman & Todd, 1996), págs. 42, 44-45
De cara a las crisis contemporáneas necesitamos preguntarnos por qué meditamos. Preguntarnos no para minar nuestro compromiso sino para refinarlo y profundizarlo. No estamos en busca de experiencias interesantes. La meditación no es una tecnología de información. Se trata de conocimiento que redime, conciencia pura —conocer, no sólo saber acerca de algo. La meditación no incrementa nuestros bancos de información. De hecho, le damos la espalda a nuestras formas usuales de obtener y clasificar información conforme nos volteamos hacia el conocimiento que no es cuantificable, un conocimiento que unifica en lugar de analizar.
El sentimiento de tontería o de ser improductivo, es una señal positiva de que estamos siendo guiados por los “poderes espirituales de sabiduría y visión, a través de los cuales llega el conocimiento de Dios” (Efesios 1:17). Este conocimiento redentor y recreativo es la sabiduría de la que nuestra era carece. Podemos reconocerla y discernir entre ella y las falsificaciones, porque no reclama ni tienen algún pronombre posesivo. Nadie la reclama como propia.
Es la conciencia del Espíritu Santo y por lo tanto es el útero de toda verdadera acción amorosa. De cara a la tragedia más descorazonadora, está tan cercana a nosotros como nosotros de nuestro ser verdadero.
Después de la meditación, un fragmento de Seamus Heany en THE CURE AT TROY: A Version of Sophocles´Philoctectes (New York: Farrar, Straus and Giroux), pág. 76
La historia dice, “No esperes
de este lado de la tumba”.
Pero entonces, una vez en la vida
la anhelada marea
de justicia se levanta,
y la esperanza y la historia riman.
Así que espera un gran cambio radical
del lado lejano de la venganza.
Cree que se puede llegar a una orilla
más lejana desde aquí.
Cree en milagros
y curas y pozos de sanación.
Selección: Carla Cooper
Traducción: Guillermo Lagos