Sábado Santo 2012.
Un antiguo escritor cristiano cuyo nombre desconocemos escribió estas palabras en una homilía para describir el significado de este silencioso día de transición.
“Levántense, dejemos este lugar, porque Uds. están en mí y yo en Uds., juntos formamos una única persona y no podemos ser separados”.
Luego del drama de un trauma viene la larga secuela de lo ordinario.
Es como una poderosa ola del mar que golpea a la tierra con gran fuerza y luego es succionada de vuelta al océano. Nos podemos incluso preguntar si el gran choque ha sucedido o no, todo parece tan quieto, vacío y ordinario.
Mientras aceptamos la tranquilidad y la espera sin tiempo algo emerge. Ello sucede a través del inconmensurable vacío que resta. Surge una sensación de unión con aquello que nunca volveremos a ver de la misma manera. Una mutua compenetración y presencia del uno en el otro, contenidos en una presencia aún mayor que lo contiene todo. Hasta en el pesar que queda de una pérdida, aparece una nueva clase de paz en una toma de conciencia de que ésta nueva unión es definitiva y permanente tanto como la pérdida que yace detrás.
Aún cuando nada sucede – como ocurre en el vacío de la meditación donde experimentamos la muerte y resurrección diariamente – una nueva vida comienza a emerger. Vemos en la mente de Cristo que hay dos creaciones bellas y terribles. La primera está marcada por la mortalidad, el horizonte del que no podemos ver más allá. La nueva creación es conocida por aquellos que son conscientes de ser una persona con la persona que retorna hacia nosotros desde ese horizonte.
Laurence Freeman OSB
Traducción: Marta Geymayr
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