Miércoles de la segunda semana de Cuaresma
Lectura del Evangelio: El Hijo del hombre vino a servir, no a ser servido. Mateo 20:17-28.
La Tierra Prometida es tejida en el viaje que hacemos hacia ella en cada etapa. Tratar de probar esta aseveración. Vamos a intentarlo. Sigue leyendo.
La primera prueba el día de ayer era que el alimento más auténtico (maná) que nos sostiene en esta travesía es una experiencia real, aunque limitada por el tiempo y espacio, de la presencia real de esta Tierra aquí y ahora. Otra forma de experimentar su Presencia.
Conforme la dimensión espiritual se despierta progresivamente a través de la práctica contemplativa constante, mucha gente se vuelve consciente de una Presencia en su vida. Con frecuencia dicen, como diría yo, que les da un sentimiento de guía y acompañamiento. Puesto de esta forma, esto puede sonar un poco extraño y de miedo o fantasmagórico; pero no es así. No es una entidad separada que te informa o manipula o que interfiere con tu libertad para escoger y asumir la responsabilidad. Algunas personas lo interpretan de esa manera. Pero entonces, generalmente es una fantasía construida o en algunos casos una patología mental.
Tal vez la Presencia a la que me refiero se entiende mejor como una modificación de nuestra auto conciencia. Conforme crecimos y tuvimos un sentido de nuestro ser (saludable o no, dependiendo de las circunstancias), nos volvimos presentes ante nosotros mismos, autoconscientes, autocríticos, auto-observadores: “Ay, ¿ por qué dije eso? Soy un fracasado. Si la gente supiera el desastre que soy, no me hubieran dado este trabajo”. O tal vez ocasionalmente: “Soy el más grande”.
Esta presencia ante nosotros se puede convertir en una carga, aun más, en una aflicción. En forma creciente, nos gustaría sacudirnos esto y solo ser nosotros mismos, espontáneos e inconscientes.
Con una conciencia contemplativa, esta autoconciencia es modificada. Aún sabemos cuando nos hemos equivocado pero somos menos duros con nosotros mismos, también menos delicados y autoprotegidos. ¿De dónde vino este cambio? Algunos dirían, de un creciente sentido de la presencia de Dios. Este sentido es como los otros sentidos físicos y el sexto sentido de la intuición. Es innato, pero requiere ser liberado y crecer. La presencia de Dios no es como una persona adicional en el cuarto o nuestra sombra. Es un “Yo Soy” que no compite o amenaza. Se vuelve como algo que debe ser entendido como lo que nos hace capaces de estar en nuestra presencia hacia otros, al mundo, y a Dios.
Este Yo Soy está en todos lados. No puedes escapar y ¿por qué querrías hacerlo? Si lo intentas, intentas escapar de ti mismo. No intimida ni tira de nuestros hilos, sino que nos acompaña en las buenas y en las malas. Cuando somos buenos, nos sentimos en una mayor unión con eso. Cuando somos malos no se retira o se enoja, aunque es posible que nosotros nos podamos retirar o enojar.
La tribu del Éxodo en el desierto fue acompañada por una columna de nubes en el día y de fuego en la noche. Cuando escuché por primera vez esto siendo un niño, me acuerdo que pensé cómo es posible que Dios adaptara su presencia a ellos según su capacidad de conciencia. Como nos recuerda el Evangelio de hoy, Él vino a estar presente en nosotros para poder servirnos en lugar de ser servido.
Traducción: WCCM México