Sábado de la segunda semana de Cuaresma
Evangelio: Cuando aún estaba lejos su padre lo vio y se compadeció. Lucas 15:1-32. Sigue leyendo
Temporalmente varado en Londres de regreso a Bonnevaux, entré a un supermercado a comprar algo de comer. Portaba la coraza de mi mascarilla y manipulaba la espada de la sana distancia como cualquier otro soldado de a pie que pasa por el desierto de Covid. Conforme entré, una mujer con tres niños siguiéndola y empujando un carrito pasó caminando junto a mi con un aire desafiante sin máscara y, bien, ¿Qué es distancia social con tres niños en una pandemia?
Me llamó la atención no porque ella estuviera violando las reglas sino porque sentí que su desafío era una señal, no la causa de su desobediencia. En su mirada y actitud, sentí que tenía miedo, un temor más profundo que el de una transmisión de un virus. Tal vez estaba, como tantos en los grupos de bajos ingresos, atrapada por el miedo de no poder enfrentar la pandemia y fracasar en la más importante responsabilidad. Desafío puede ser una forma de evitar que el miedo se convierta en pánico.
Las madres y padres del desierto entendieron que fueron al desierto de forma voluntaria - o “fueron guiados” al desierto como Jesús - sabiendo muy bien que se iban a enfrentar a animales salvajes. Estas fuerzas poderosas podían rodear y atacar, retirarse y volver a atacar. Fuerzas más poderosas llegarían a apoyarlos a enfrentar la lucha con ellos mismos; pero les advertían a los recién llegados que no deberían esperar una victoria fácil o rápida. La paz que buscaban podría ser probada. Era una fuerza poderosa en si misma y no un espejismo. Pero permanecer en ella permanentemente no era fácil.
El miedo es natural, una conciencia de cualquier cosa que nos pueda hacer daño a nosotros o a nuestros seres queridos. La ansiedad es un miedo continuo y sordo que busca razones específicas para existir. Sin importar si es específico o genérico, el temor es un animal salvaje que destruye la paz y detiene nuestra capacidad para dar o recibir amor. Nombrarlo es necesario. Empero, es difícil conseguir que la raza humana o cualquier individuo que sea su miembro se libere de la paranoia, por ejemplo, solo al nombrarla. No es de extrañar que el mandato de “no temas” es un mantra repetido 365 veces en la Biblia. No hay un solo día que no sintamos algún miedo.
¿Cuál es la cura? ¿Debería haberle dicho a la mujer sin mascarilla “Dios te ama”? Tal vez. Pero el remedio tradicional es el temor de Dios. Hay una gran diferencia entre el temor cotidiano involuntario y el temor de Dios. “Vengan hijos míos, escúchenme y les enseñaré el temor de Dios”. Como dijo el gran San Hilario de Poiters, se aprende por obediencia, santidad, y conocimiento de la verdad. Y por lo tanto, el temor de Dios consiste totalmente en amor y solo el amor perfecto definitivamente ahuyenta el temor y doma al animal salvaje.
Traducción: WCCM México