Viernes de la tercer semana de Cuaresma

Evangelio No estás lejos del reino de Dios Mc 12, 28-34.

Cuando, siendo estudiante universitario, John Main me introdujo por primera vez en la meditación, supe que estaba siendo tocado y estaba despertando a una  sabiduría totalmente auténtica. Era un atisbo, un saboreo de cierta verdad tan simple y profunda que estaba del otro lado de toda duda. Sigue leyendo

Al mismo tiempo, se despertó un nuevo apetito - quizá podría llamarse amor a Dios - que era el deseo más puro que jamás había sentido. En resumen, tenía muchas ganas de meditar. Intenté comenzar una práctica regular y fracasé, aunque nunca se debilitó la claridad de que un día haría clic. Unos años más tarde, se concretó. El tiempo lo es todo.

He hablado con muchas personas que se encuentran en la misma situación en que yo estuve al oír hablar por primera vez de la meditación. A menudo han deseado realmente iniciar el viaje durante algún tiempo. Cuando terminamos de hablar, pueden decir que lo tienen claro y están decididos - y tienen la disciplina -, así que ahora, por fin, van a empezar. Algún tiempo después, cuando volvemos a hablar, todavía no se ha concretado. Es posible que lo hagan un par de veces a la semana, también que dejen de hacerlo por algún periodo, o que se sientan atascados en el pantanoso terreno intermedio entre el comienzo y el abandono.

Este es otro ejemplo del éxito del fracaso. Por supuesto, es vergonzoso para la propia vanidad no ser capaz de hacer lo que se quiere hacer, al igual que lo es cuando no se puede dejar de hacer algo que se quiere dejar. El fracaso, no obstante, se funde con el éxito (sin el ego) a medida que se aprende que lo que importa en el ámbito espiritual es la fidelidad, no los logros. Todos los años la Cuaresma es un recordatorio de que lo que importa es la ascensión a la cima, y no plantar la bandera en la cumbre en señal de triunfo.

Nada se desperdicia, sobre todo si no se alcanza el objetivo. Los fracasos repetidos desgastan más aun el ego, tan pronto volvemos a empezar. La humildad es la flor que perfuma este proceso; evidentemente, no como una virtud de la que te sientes orgulloso de haberla adquirido, sino como una disposición de la que te sientes sorprendido y agradecido al ver que toma forma en ti. Uno se quiere mejor a sí mismo cuando ve aparecer los primeros brotes de humildad como las flores de la primavera en medio de todos los restos del pasado.

La meditación no es un fin en sí mismo. Es un camino. Mientras estés en el camino, con la fidelidad de la que seas capaz, se van produciendo semillas de contemplación que caen a tu alrededor. En pequeñas formas, sin saberlo te estás convirtiendo en un contemplativo. Pero cuando hayas alcanzado el grado adecuado de autoconocimiento y veas que tus fracasos son menos significativos que tu fidelidad, no tardarás en poder hacer lo que quieras.

Traducción: WCCM Argentina

 

 

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