Viernes de la cuarta semana de Cuaresma

Evangelio Su esposo, José, pensó despedirla, pero como era un hombre bueno… Mt 1:16,18-21,24.

Einstein decía que uno sólo observa lo que sus teorías le permiten ver. Estamos llenos de puntos ciegos, aun cuando podemos tener un enfoque agudo de una porción de lo que está delante de nosotros. Sigue leyendo

La investigación sobre la percepción muestra que los fenómenos completamente nuevos o inesperados pueden ser totalmente bloqueados, aún de la consciencia de todo un grupo, porque el cerebro no sabe cómo manejarlo. Lo que no sabemos no lo sabemos, y si supiéramos lo que no sabemos, lo sabríamos todo. Así que vivimos con nuestras limitaciones.

Hoy es la fiesta de San José, carpintero, esposo de María, patrono de los trabajadores manuales. Habitualmente está dentro de nuestro punto ciego cuando leemos la primera parte de la historia del Evangelio, luego de lo cual se sale completamente de la escena. Sin embargo, en las pocas palabras que describen su decisión de no humillar a su prometida abandonándola, ha encontrado la inmortalidad mítica, innumerables altares, biografías especulativas y recientemente un lugar nominado en el canon romano de la Misa.

Sería difícil no gustar de San José, aun siendo como lo fue, un personaje secundario. No es una estrella. Es como el trabajador que viene a tu casa a reparar algo que te ha generado graves inconvenientes y que tú mismo no has podido resolver. Su conocimiento y habilidad superiores le dan un toque de lo sobrenatural. Hace su trabajo silenciosamente luego de evaluarlo y decidir lo que se necesita. Te cobra modestamente y desaparece con ligereza, cual ángel que ha entregado su mensaje, recibiendo tus profusos agradecimientos sin mucho aspaviento. Un modelo de buen trabajo que nos gustaría imitar en cualquier tarea, probablemente menos útil, que hagamos.

Un buen trabajador, o una buena trabajadora manual, se merece sus honorarios y el respeto por lo que hace. Nos recuerda que todo lo que tenemos que hacer es lo que estamos destinados a hacer, y que lo hagamos sin codicia o sin un deseo egoísta de aprobación. Un trabajo bien hecho es su propia recompensa y trae beneficios para los demás. José manejó el problema de conseguir un lugar donde quedarse en Belén, los visitantes de la realeza, la apresurada huida al exilio, el regreso a Nazaret y desarrollar un negocio que mantuviera a la familia.

En una traducción, Casiano llama al meditador  ‘el rezador del Señor’*, refiriéndose al monje simple cuyo trabajo es decir oraciones, rezar sus cuentas. Repetir el mantra, es un trabajo bueno. Como el trabajo manual, involucra a toda la persona, cuerpo y mente. No acaricia el ego. De hecho, todo lo contrario. Es su propia recompensa.

Hubiera sido culturalmente extraño para aquel tiempo que María hubiera sido carpintera y José el amo de casa. Pero hoy los roles de género son más flexibles y permiten tanto a hombres como a mujeres hacer el trabajo para el cual estén mejor equipados. El esposo de una mujer ambiciosamente poderosa y exitosa me dijo que él y sus hijos siempre habían preferido que él fuera el que se ocupara de la casa porque lo hacía mejor que su esposa. Los consortes de mujeres en posiciones de poder que he conocido me han impresionado por su integración personal; seguridad masculina en un rol de soporte estereotípicamente asignado a esposas.

Todo lo que importa es que reconozcamos lo que estamos destinados a hacer y que tengamos el coraje de hacerlo con todo el corazón. Todos tenemos puntos ciegos culturales y vanidades que tenemos que superar. Pero la meditación tiene un modo de retirarlos y de ayudarnos a ver lo que está delante de nuestros ojos.

 

*N del T: en inglés arcaico ‘bedesman’.

Traducción: WCCM Uruguay

 

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