Miércoles de Semana Santa

Evangelio: ‘El Maestro dice: mi tiempo está cerca. Mt 26:14-25.

En el corazón de todas las tradiciones espirituales se encuentra la experiencia religiosa y mística de su fundador. Es lo que empodera su enseñanza y despierta en sus seguidores un sentido que poco a poco les demuestra que están llamados al mismo conocimiento y unión con Dios. Sigue leyendo.

Ningún maestro espiritual auténtico, de hecho, ningún maestro verdadero, quiere reservar su experiencia para él mismo como una manera de dominio sobre los otros.

En la última cena Jesús les dijo a sus discípulos ‘les llamo amigos pues he compartido con ustedes todo lo que he aprendido de mi Padre’. Esto los sobresaltó. Preferían pensar que Jesús era su maestro – ‘nunca me lavarás los pies’ dijo Pedro – más que como un amigo. Aunque un amigo sepa más, los amigos deben ser iguales.

En cierta forma, decir que él compartía todo con ellos, no era cierto. Él había tratado de compartirlo, pero les costaba trabajo expandir sus horizontes para recibirlo. Siempre es peligroso ser un discípulo, aprender, pues el nuevo conocimiento nos cambia. El mundo se vuelve más extraño conforme aprendemos más. Tenemos que estarnos adaptando a una nueva visión de la realidad que nos hace vulnerables. Pero lo que dijo era cierto; él sabía que con el tiempo su resistencia se desmoronaría. Ellos, o alguien más, sería capaz de recibir todo lo que él deseaba transmitirles. Pero les quedó un depósito que se activaría después que los dejara y regresara de una manera que trajera el conocimiento con él. Lo único que tenían que hacer era reconocerlo.

La experiencia que quería compartir, por su propia naturaleza, estaba destinada a ser compartida, no poseída. Compartir es transformación para todos, ya sea que den o reciban. Al dar completamente, la distinción entre maestro y discípulo se ve trascendida también. La tradición mística judía lo expresa en el concepto de ‘tikkun olam’. Este se aplica concretamente en situaciones políticas y sociales y todo el sufrimiento humano llama a aplicarlo. Significa ‘reparar el mundo’. Hemos comprendido que compartir ‘todo’ es la gran sanación que corrige el desequilibrio, el pecado del mundo, y lo reorienta hacia Dios.

‘Tikkun Olam’ se refleja en el ideal budista del bodhisattva. Aquellos que se comprometen a ello, dedican todo lo que ganan por su práctica espiritual a aliviar el sufrimiento del mundo, aunque no para ellos. San Pablo entendió esta manera de estar centrado en el otro como formando parte del llamado para conocer a Dios: ‘Me siento jalado en dos direcciones. Quiero mucho dejar esta vida y estar con Cristo, que es una mejor cosa; pero es más necesario para ustedes que yo permanezca en mi cuerpo (Fil 1:23-24). En el sufismo también, el individuo cuyas divisiones se sanan en el camino del amor, se vuelve un agente de unicidad para los otros.

La experiencia del conocimiento que Jesús quería compartir no es algo que añadir a lo que ya sabemos. Es más bien un don sanador de nuestro ser a otro. Cuando la muchedumbre se burló de Jesús en la cruz - ‘¡Salvó a otros, que se salve a sí mismo!’ no entendían pero estaban listos para aprender.

Traducción WCCM México

 

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