Tercer Domingo de Cuaresma 2022
Puede que el año que viene dé frutos. Si no, puedes cortarlo. (Lc 13, 9)
Hace poco escuché a una mujer inspiradora hablar sobre el poder y el género. Nos recordó que cuando un hombre es fuerte en el manejo del poder se le llama decisivo o la gente dice que sabe lo que se necesita y va a por ello. Una mujer que hace lo mismo suele ser acusada de autoritaria. Detrás de la desigualdad y la escasa representación de las mujeres en la mayoría de los ámbitos de la sociedad (excepto en la obstetricia y la educación primaria) se esconde un prejuicio, una caricatura del poder masculino y femenino. Detrás de la caricatura se asume que el poder es la fuerza utilizada sobre los demás: se necesita una fuerza externa que haga que la gente haga algo para actuar responsablemente y poder liderar con eficacia.
La disertante había ocupado con éxito muchos puestos de poder a lo largo de su carrera, se había enfrentado a prejuicios e intimidaciones y, a menudo, había sido la única mujer en consejos directivos. La meditación también le ayudó a ser consciente de otro tipo de poder que no se utiliza sobre los demás, sino junto a ellos, una energía que proviene de un espacio interior personal y no de las fuerzas políticas que controlan las relaciones externas. Este poder más interior, según su experiencia, nos conecta con otra fuente superior de poder más allá del individuo. Cuando describió esto, pensé en Jesús diciéndole a Pilato: Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto.
Ver el poder como una fuerza es una comprensión poco creativa del poder, porque se encierra en la visión egoísta de la realidad. Al carecer de la creatividad de la conexión superior, se vuelve destructiva. Utiliza un modelo de cerebro izquierdo sobre cómo debe acumularse y almacenarse el poder. Ignora la naturaleza dinámica del tiempo e intenta retenerlo y poseerlo, lo que conduce al autoengaño. La realidad está en continuo movimiento. El verdadero poder también fluye desde una fuente más allá del individuo, que combina los aspectos masculinos y femeninos del poder: fuerza y dulzura, decisión y paciencia.
La esencia natural del poder une la impermanencia de la realidad con la libertad de saber que "aquí no tenemos una ciudad permanente". Lo que hemos acumulado puede evaporarse en un instante. Podemos descarrilar en cualquier instante por accidente, enfermedad o muerte. El tiempo vuela, pero cada segundo de la existencia contiene la verdad del comienzo del universo.
La meditación es el mejor maestro sobre la naturaleza del poder y cómo utilizarlo. En el desierto, Jesús fue tentado a utilizar su ya profundo conocimiento y relación con la realidad para sus propios fines. Sabía cómo las personas poderosas pueden ser malinterpretadas por quienes sienten su influencia y que el poder entendido como fuerza conduce al abuso. Los líderes autocráticos caen en esta trampa de vincular multitudes y poder.
El poder de talar una higuera improductiva es de un tipo. La sabiduría de darle más tiempo y utilizar el fracaso como abono para nutrirla es del otro tipo. Puede parecer una abdicación, pero es la única forma sana de utilizarlo.