Lunes de la tercera semana de Cuaresma 2022
Los ucranianos ruso-parlantes, que tienen una agenda de números de telefónicos en Rusia, llaman al azar para hablar con quien conteste sobre el agravamiento de la pesadilla de este año en cuaresma.
La mayoría cuelga en cuanto oye el acento extranjero. Otros se comprometen con precaución con los que llaman, que intentan con más prudencia aún entablar una conversación. A menudo escuchan la versión que el Kremlin ha dado a los medios de comunicación: “esto lo empezaron los ucranianos”, “están bombardeando sus propias ciudades”, “el presidente Putin nos protege”, “Rusia sólo utiliza la fuerza de forma defensiva”, “los ucranianos apoyan la operación”.
Los ucranianos que llaman saben que es inútil decir que están equivocados, que les han lavado el cerebro. En cambio, aprenden a escuchar. Y a hacer preguntas. En la mayoría de los casos, el intento de conversación no dura mucho. Ninguna conversación puede prosperar si ambas partes no se arriesgan a escuchar. Escuchar significa estar preparado para ver el tema desde el punto de vista del otro. Hacer esto es peligroso en un estado autoritario que castiga la disidencia. Pero también es poner en peligro el sentido de uno mismo: dejar de lado el yo, soltar lo que uno cree que es. Los meditadores se arriesgan a ello todos los días.
Intentar hacer cambiar de opinión a otra persona sin sufrir pacientemente el rechazo de tu ofrecimiento de escuchar es otro tipo de lavado de cerebro. A los prisioneros de la última guerra fría a menudo se les lavaba el cerebro ideológicamente antes de ser liberados. Luego había que revertirles este lavado cerebral. Es como una peligrosa cirugía cerebral. Invadir y ocupar las mentes de otros es como la invasión violenta y la colonización de un estado soberano. Rusia está intentando hacer en Ucrania lo que China logró en Tibet.
Ocupar un territorio es inseparable de intentar ocupar su espacio mental. Ambos profanan lo humano y agreden la civilización; si lo consiguen, es mediante un régimen de terror. La resistencia más poderosa a la ocupación externa es seguir haciendo preguntas. No podemos cambiar la mente de la gente. Pero podemos abrir sus corazones abriendo los nuestros a ellos: mediante preguntas que muestren un camino no violento hacia la verdad.
También debemos hacernos preguntas a nosotros mismos. ¿He sido engañado? Nuestro modo de vida en el consumismo occidental está construido sobre una forma de espejismo llamada publicidad. Esta ha ocupado muchos ámbitos de la vida, especialmente visible en aquellos políticos que se comercializan a sí mismos y se niegan descaradamente a escuchar las preguntas que se les hacen. También he conocido a muchos cristianos de cuna que necesitan ser desprogramados de una fuerza ocupante de creencias en su infancia: un Dios castigador, el rechazo de otras creencias, la criminalización de la identidad sexual o la manipulación a través de la culpa. Sólo después de ser liberados de esto pueden volver a la esencia pura de lo que se les enseñó y decidir por sí mismos.
Estas comparaciones requieren perspectiva y sentido común. Pero si no nos planteamos preguntas radicales sobre nuestra propia libertad asumida, ¿cómo podemos ayudar a los demás? El prisionero se convierte en carcelero hasta que es libre. La escucha de las preguntas que liberan la propia verdad que nos hace libres no sólo consiste en la conversación y el intercambio de ideas. También se consigue -y quizás de forma más poderosa para quienes se arriesgan a ello- mediante el hábito de sumergirse en el silencio interior.
Dejar ir todas las palabras y pensamientos lava la mente en otro y mejor sentido.