11 de noviembre 2012
Extracto de Laurence Freeman OSB, “Dearest Friends,” WCCM International Newsletter, December 2007.
En una época como la nuestra llena de estrés y de ansiedad, la carga del tiempo se vuelve muy pesada para nosotros. Sin significado, el peso intolerable del tiempo y paradójicamente, su veloz desaparición, se vuelven una crucifixión sin resurrección.
El gran incremento en la incidencia de las enfermedades mentales en la sociedad moderna bien se puede atribuir a esto. La meditación transforma nuestra construcción mental del pasado y del futuro al profundizar en la experiencia del momento presente – el significado medular de la contemplación como “el simple disfrute de la verdad”
La muerte, que concentra maravillosamente a la mente, nos lleva a una importante experiencia de la realidad. Cada precioso momento se prueba y se comparte con asombro y alegría. Los amantes que se enfrentan a la muerte disfrutan cada momento que les queda juntos y sin embargo, no están contando los segundos.
El momento presente no se puede medir. Esto también nos libera de los límites. La mesera que nos pide disfrutar nuestra comida está en lo cierto. ¿Cómo podemos describir el momento presente sin referirlo al tiempo? No podemos, al igual que no podemos hablar del Verbo – la Palabra – sin usar palabras. Pero el momento presente no está separado de lo que imaginamos como pasado y futuro. Contiene tiempo. Podríamos decir que el momento presente se experimenta cuando dejamos de contar o mirar los segundos que pasan.
Lo vemos cuando caemos en la cuenta de que el momento presente es literalmente todo momento, sucesivamente al grado de ser continuo y sin dejar perder, olvidar o ignorar ningún momento. Es estar totalmente alerta y despierto a todo. Aquí y ahora.
Esta es la última paradoja… ¿Cómo pueden coexistir el tiempo y la eternidad? Y sin embargo la meditación nos muestra que podemos vivir en el ahora eterno aún mientras escribimos el informe de la junta de ayer y planeamos las juntas de mañana.
Puede haber sanación al mismo tiempo que estamos muriendo. Podemos entender por qué la tradición védica dramatiza esto al decir que el mundo es una ilusión, solo un mundo de sueños del cual nos despertaremos como si estuviéramos viendo una película y luego apagamos las luces y el proyector. El padre John y la tradición cristiana no gustan de hablar de esto pues empequeñece la paradoja de la encarnación así como la experiencia del amor humano día a día a lo largo del peregrinaje de nuestra vida.
Sin embargo, a la luz del momento presente, mucho de nuestro pensamiento como de nuestras suposiciones queda expuesto como ilusión, muchas ansiedades se evaporan y muchos de nuestros problemas desaparecen. Y sin embargo el padre John no minimiza la purificación que tiene que suceder en la mente primeramente.
Pero esto lo debemos entender también, yo los dirigiría por un camino falso si no indicara lo que sigue claramente: la purificación que conduce a esta pureza de corazón que nos lleva a la presencia dentro de nosotros, es un fuego abrasador. Y la meditación consiste en entrar en ese fuego. El fuego que consume todo lo que no es real, que consume todo lo que no es verdadero, lo que no es amor. No debemos tener miedo de este fuego. Tenemos que tener confianza absoluta en el fuego, porque este fuego es el fuego del amor. Aún mas – este es el gran misterio de nuestra fe – es el fuego mismo el que es amor.
Repite tu mantra. Si lo decimos verdaderamente, no podemos estar en ningún lado excepto aquí y ahora.
Después de la meditación: extracto de THE DESERT FATHERS: Sayings of the Early Christian Monks, tr. Benedicta Ward (London: Penguin, 2003) p. 131.
Lot fue a ver a José y dijo: Abba, dentro de lo que me es posible, llevo una vida moderada, un poco de ayuno y oración y meditación y silencio: y hasta donde puedo, trato de purificar mi corazón de pensamientos malos. ¿Qué más debo hacer?
Entonces el ermitaño se levantó, elevó sus manos al cielo y sus dedos brillaron como diez llamas de fuego, y dijo: ¿Por qué no ser transformado totalmente en fuego?
Traducido por Enrique Lavin