3 de febrero 2013

Extracto de “Dearest Friends” del Boletín internacional de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana, Vol. 33. N° 4, Invierno 2009-2010, pág. 6.

Creo percibir cinco aspectos esenciales en la vida espiritual, los cuales describiré brevemente como sigue:

Comprender las escrituras. El rechazo de la humanidad a las escrituras por las mentes racionales más cerradas es una de las peores heridas autoinfligidas de nuestra cultura. Esto solo es igualado por la herejía moderna de la literalidad, tonta en su sentido como lo ciego del enfoque racionalista. Recuperar el gusto y sentido espiritual de las escrituras es una prioridad para todos nuestros programas educativos, pero requiere de una re-estimulación de los poderes perceptivos necesarios para despertarnos hacia ellos.
 

Participar de la Eucaristía. No solo “ir a misa” sino compartiendo la koinonia y compañerismo del rito místico que estamos presenciando. Las distintas iglesias tienen diferentes enfoques de la Eucaristía. Y muchos hoy en día ven todo lo religioso como ritual, excepto aquello que tiene la ventaja de ser novedoso y exótico como también sin sentido. Pero nuevamente, antes que el sentido sacramental sea restaurado, algún despertar interior del sentido espiritual tiene que comenzar.
 

Conciencia de la muerte. Toda tradición de la sabiduría ve esto como una práctica valiosa. Desafía la negación endémica de nuestra cultura sobre la muerte. Esta negación explica las maneras en que nos entretenemos con ambos, la muerte y la violencia, en los medios y encontramos tan difícil reconocer la elaboración de nuestro último aliento… no es fracaso, pero puede ser bienvenido y adoptado en el momento justo de nuestra vida.
 

Pequeños actos de amabilidad. Cuando a John Main le preguntaron cierta vez cuál era la mejor manera de prepararnos para la meditación, esto fue lo que respondió: una sonrisa, o un gesto atento ofrecido, alejando la atención fuera de nosotros mismos hacia los otros, puede transformar, no solo a nosotros sino también a ellos, en ese preciso instante. En otra escala se aplica a todo nuestro trabajo por la justicia y la paz, por el alivio del sufrimiento o la educación de los jóvenes. Todo lo que hagamos parecerá pequeño. No podemos salvar al mundo entero por más que hagamos todo lo que creamos. Pero todo lo que hagamos hará la diferencia.
 

Repetir el mantra. Esto, como decía Juan Casiano, recoge todas las emociones naturales humanas y nos ayuda a ajustarnos a cualquier situación. Es un acto de Eucaristía porque, como en la Eucaristía, revela y celebra la Presencia real. Nos despierta el sabor por las escrituras que enaltece la significancia de cualquier experiencia que sobrellevemos. Nos lleva al techo de cualquier temor, incluyendo el temor a la muerte, porque nos ayuda a vivir en el momento presente que incluye la continua toma de conciencia de la muerte. La muerte y la resurrección son del momento presente. Finalmente, es un acto de la más pura bondad para con nosotros. Y haciéndonos sentir mejor, nos libera y nos anima a amar a los demás.
 

Tal vez son las historias, más que el tipo de declaración mera y prosaica de esta carta, las que nos instruyan mejor… pero la tradición está compuesta por ambas, la historia y la interminable reflexión y comentario de la narrativa. Y precisamos la tradición para dar contexto y asistencia a lo largo del camino espiritual que es cada vida humana. Cuando los reyes magos llevaron sus regalos al mesías recién nacido y cayeron de rodillas, representan el principio de la lenta sumisión de la magia a la sabiduría en la cultura humana. Pero en la misma historia, nos vemos como los viajeros desde lejos, y volvemos al camino que encontramos con mucha gratitud y maravilla.

 

Luego de la meditación: de  “THE FIRE OF SILENCE AND STILLNESS: Anthology of Quotations for the Spiritual Journey”, “The joy of the Saints”, Ed. Paul Harris (Springfield, IL: Templegate, 1996), pág. 150.

Serapio el sindonita, viajó cierta vez en una peregrinación a Roma. Allí le contaron sobre la reclusa célebre, una mujer que vivió siempre en una pequeña celda, y nunca salió de ella. Escéptico sobre su forma de vida, ya que él mismo era un gran caminante, Serapio la llamó y le preguntó: “¿Por qué estás sentada aquí?” a lo que ella respondió, “No estoy sentada; estoy viajando.”