Miércoles de la 2ª semana de Cuaresma 2013
Regresemos al tema de los hábitos. La Cuaresma trata de ellos. Mark Twain decía que nada necesita mayor reforma que los hábitos de los demás (quita la viga de tu propio ojo antes de remover la astilla del ojo del otro)
Cuaresma es sobre reformar nuestros hábitos.
Hay hábitos que a través de niveles bajos de consciencia se han vuelto compulsiones y hasta adicciones. Es duro y humillante admitir esto, especialmente a nosotros mismos. Pero, así como en un programa de doce pasos, no llegamos ni siquiera a la base si no lo admitimos. Cuán arraigado esté el hábito destructor determina la cura que nos lleva a un renovado sentido de libertad en todos los aspectos de nuestras vidas. Una adicción finalmente envenena nuestro sentido de ser y nuestra visión del mundo.
Hay también hábitos que son disciplinas que hemos aprendido a implantar en nuestras vidas. Se vuelven fuerzas estabilizantes, vivificantes y agradecemos que se hayan establecido. Pero nunca podemos confiarnos y darlos por hecho. Hay matrimonios que se ven destrozados después de décadas de complacencia. Aun después de años de meditación, situaciones o movimientos interiores pueden cimbrar a una persona y hacerla abandonar lo que pudo haber sido una cierta protección de sanidad y cordura.
Las disciplinas se renuevan diariamente por un acto de fe. La decisión que tomamos cuando empezamos necesita una constante reiteración. Nos enseña que la fe tiene sus demandas pero también proporciona inmensas recompensas.
Algunos hábitos son rituales. Ocupan una frecuencia diferente (en ambos sentidos) en nuestra vida. Los rituales son actos periódicos de fidelidad renovada. Crean la misma situación en que iniciamos el hábito pero no se echan a perder. De hecho, parece que nos rejuvenecen cuanto más los repetimos. La Eucaristía y otras formas de adoración en comunidad expresan esto. Así también lo expresa la meditacion semanal o el retiro anual. O las prácticas de Cuaresma.
Estos hábitos generan una trascendencia que nos impulsa a la libertad pura.
Traducido por Enrique Lavin