Domingo 3º de Cuaresma 2013
El mundo es mundano. Pero ser mundano ya no es tan emocionante como solía ser. Para la mayoría de la gente la vida es rutinaria. Aún si la vida está dirigida por el amor fiel o la búsqueda de la verdad o una causa apasionante, nadie escapa a la monotonía.
Así que nos escapamos de un mundo que es repetitivo y carente de retos volviéndonos espectadores de lo dramático y lo sublime. Vemos deportes, películas de acción, telenovelas hiper-dramáticas. Y nos encantan las bodas reales y los funerales pontificios.
La vida moderna con su acento en la salud y la seguridad, es paranoica en relación al riesgo. Trata de hacer que la gente y los equipos de trabajo funcionen como programas de computadora. Los medios se alimentan de los secretos domésticos de las celebridades. La vida está desencantada. Algo mágico se ha ido. Hemos secularizado, analizado y desmitologizado lo que antes encantaba. Solo los vastos espacios interestelares o el misterio de la materia oscura permanecen.
Además mucho del encantamiento era mala interpretación o auto-decepción. Como los Oscar y las celebridades aún lo son. Robbie Williams recientemente admitió lo que tal vez sus admiradores no querían oír, que su persona escénica es una construcción totalmente falsa.
Entonces un Papa renuncia, y el desencanto parece completo - la cadena del poder, sostenida por la mística de oficina, es sacudida peligrosamente. ¿Qué pasa con la infalibilidad si tú puedes renunciar? ¿Qué pasa con nuestro eslabón interno más débil?
Pero hay algo genuinamente encantador revelado en tal auto des-empoderamiento. Algo extraordinario en la simple aceptación de ser humano. Algo que la historia de la Pascua nos comunica apasionadamente. Algo que no requiere de maquillaje o efectos especiales.
Una forma de ser en un mundo que rechaza el espectáculo y las celebridades, la riqueza, el poder o lo que tiene un aura de misterio. Algo glorioso y que nos afirma auténticamente en nuestra naturaleza, que rompe y abre el corazón como ninguna telenovela lo puede hacer. Un arbusto ardiente que nos encontramos en el camino al trabajo que, no importa cuánto lo contemplemos, nunca muere.
Traducido por Guillermo Lagos