3 de marzo de 2013

Extracto de la carta de Laurence Freeman en el Boletín Internacional de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana, Vol. 33, N° 1, de Abril de 2009, pág. 4.

El mantra es el foco de este misterio diario vivido en la cotidianeidad. Es un acto de unidad, una expresión de amor que comienza con un nuevo amor hacia uno mismo, que puede parecer un poco difícil al principio pero que luego se expande a la experiencia trinitaria – al amor de Dios, al amor a otros, al amor del amor. Nos conduce a la unidad de cada uno, sanando las dualidades de una mente agitada (quiero esto o aquello o ambas cosas, esa persona es mi enemiga, aquélla es objeto de mi deseo). 

 

A medida que esta división interna es reparada en la mente somos conducidos al interior del corazón a través de una inmediata reconexión con la Mente de Cristo en nosotros. Gradualmente la realidad de la oración continua desdobla y permite toda actividad. Como decía San Patricio, encontramos a Cristo cuando caminamos, cuando dormimos, cuando nos despertamos y en el trabajo. Inclusive en la confusión del stress moderno de la ciudad, esperando el tren, sentados en el auto en el tráfico atascado, lidiando con la burocracia, esperando en línea respuestas automáticas, la mente tranquila puede ser consciente de la aparición de la agitación y tomar medidas para considerarlo. No es solamente una visión extraordinaria de la oración en la tradición cristiana (“yo estaré siempre entre ustedes hasta el fin de los tiempos”); es un poco menos que una necesidad en el mundo dividido y agitado que hemos creado para nosotros.

¿Cómo podemos saber que nuestra mente se está calmando? Simplemente porque en las situaciones de stress, confusión y agitación somos conscientes de una paz, gozo y claridad que confirman que la verdad está dentro nuestro. A pesar de que posiblemente nos olvidemos de ella o la rechacemos, nunca nos abandona. Cuando volvemos a la meditación luego de un tiempo de infidelidad (infiel a la meditación o a cualquier otra cosa), verás cómo una vez que los niveles iniciales de culpabilidad mental o disturbios se hayan atravesado, una celebración de bienvenida de todo corazón toma su lugar, un banquete de amor.

Este es el contexto en el cual los dogmas comienzan a tener sentido y comienzan a encarnarse en la vida diaria. Sin esta mente tranquila cierta desviación dogmática hacia la intolerancia o fundamentalismo es inevitable. Me sorprendió mucho escuchar recientemente de un niño de 7 años, que había hecho su primera confesión, y esa noche se despertó de una pesadilla en la que Dios lo mandaba al fuego del infierno porque no había confesado todos sus pecados. Uno podría haber pensado que ya no estaba siendo pregonada esta imagen demoníaca de Dios. Está dentro del mismo orden que entregar drogas a los chicos de edad escolar. Pero su recurrencia nos sugiere qué fácilmente puede ser pervertida la verdad y qué importante es preparar la tierra para aquietar la mente para la recepción de una enseñanza espiritual.

La meditación es iconoclasta. Disuelve toda imagen y concepto, incluidos aquellos de Dios. Esta total “vaciedad” puede aún atemorizar a las personas religiosas no instruidas correctamente en la tradición contemplativa, hacia el pensamiento que la meditación “no es oración”. Pero la experiencia nos muestra que pronto esta quietud de la mente se transforma en un espacio abierto en el cual es revelada la plenitud de Dios.

En lugar del modelo antiguo y frecuente monádico de Dios - un monarca absoluto, sentado en un trono distante, disponiendo de las vidas de sus súbditos – emerge un nuevo entendimiento de Dios a través de la experiencia del amor concedida y compartida como gracia. El Dios monádico es una sola Unidad, todopoderosa, capaz de misericordia, como todos los tiranos lo son, pero igualmente capaz de venganza e incluso cualquier tipo de crueldad. Antropológicamente refleja ciertos tipos de sociedad primitiva (no siempre tan ausentes en las democracias modernas) y es alimentado por la imagen co-creada del mismo ego. Esta es la “imaginación”, que agita la mente y que John Main la llamaba el “gran enemigo de la oración”. A medida que esto se consume, se hace más fácil, más natural, descubrir la experiencia que nos está esperando en el corazón.

 

Luego de la meditación: Navajo Chant, citado en Hampton Sides, BLOOD AND THUNDER (nueva York: libros Anchor, 2006) pág. 497.

Belleza ante nosotros

Belleza detrás de nosotros

Belleza alrededor de nosotros

En la belleza caminamos

Y se acaba en belleza.

 

Traducido por Isabel Arçapalo.