Domingo de la 4ª semana de Cuaresma 2013

El temor y el resentimiento son las dos fuerzas más corrosivas en el corazón humano.  Cuando estamos enganchados en ellos estamos convencidos que se justifican.  Provocan daños en todas las áreas de nuestra vida porque crecen, o se pudren, en la convicción que no somos amados por nosotros mismos. Podemos conocer el amor, incluso estar enamorados, pero su luz necesita tiempo para penetrar en las profundidades más oscuras de nuestra mente. La salvación - redención, iluminación,  liberación - , consisten en la luz del amor que disipa todas las tinieblas. 

La conciencia es en tanta medida la consecuencia del amor que podríamos decir que la conciencia es amor.  Si no experimentamos el amor todavía estamos inconscientes, no salvados. 

El evangelio de hoy del hijo pródigo debería llamarse la historia de los dos hermanos.  Nos enfocamos en el menor que sucumbe a las locuras propias de la juventud.  Se parece a nosotros o lo que nos gustaría ser, joven, derrochador y amante de la diversión.  Luego se queda sin recursos y vuelve a la casa de su padre con la cola entre las piernas. Tiene miedo de la reacción de su padre. Su hermano es aparentemente menos atractivo, no tan popular: es el obediente que se quedó en la casa haciendo lo que su padre esperaba de él.  Pero ahora su padre espera que él también celebre el regreso de su hermano caprichoso y eso ya es demasiado para él.  Él está resentido.  Los dos hermanos son los dos lados del ego, el miedo y la ira, el bajo nivel de conciencia, que no puede entender el amor.

El padre es todo lo que no esperamos que sea un patriarca tirano.  Dios nunca es como lo imaginamos. El ignora las disculpas piadosas de su joven hijo. Cuando lo ve, se siente movido por la compasión, lo abraza afectuosamente y lo besa con ternura. Ante la amargura de su hijo mayor no demuestra enojo sino paciencia y bondad, recordándole que todo lo que tiene también le pertenece. Ninguno de los hijos comprende bien esto. Ambos son amados por lo que son.

Las palabras solo pueden convencer hasta cierto punto. Las acciones hablan más fuerte. La meditación es acción pura. Algo sucede cuando estamos en silencio y quietos, dejando ir los pensamientos y los temores y resentimientos que estos acarrean. En el silencio y la quietud, cuando la mente encuentra su condición natural de ecuanimidad, ya no podemos proyectar estas percepciones corrosivas y equivocadas de la realidad. Hay un breve momento, un abrir y cerrar de ojos, cuando se pierde todo, incluyendo a nosotros mismos. Entonces aparece el amor que nunca se olvidará, como una luz que ilumina toda la realidad así como el sol que nos trae los colores.

 

Traducido por Mónica Thompson

 

Categorías: