Domingo de la 5ª semana de Cuaresma 2013

Cuando todo el pueblo acudió a Él, se sentó y comenzó a enseñarles. Entonces Jesús se inclinó y comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como ellos insistían en preguntarle, miró hacia arriba y dijo: "Si hay entre ustedes uno que no haya pecado, que sea el primero en arrojarle la piedra". Luego se agachó y escribió otra vez en el suelo. (Juan 8:1-11)

Al igual que Sócrates y Buda, Jesús enseñó con la palabra hablada. No dejó libros o tratados y todo lo que sabemos de su enseñanza proviene de traducciones. Eso parecer poner una gran distancia entre Él y nosotros. En cierto sentido, es así. Con sus palabras Él estremeció a la gente hasta el núcleo de su ser, mientras que nosotros ni siquiera sabemos qué palabras exactas usó.

Pero, en otro sentido, este silencio de Jesús nos trae peligrosamente cerca de Él. Las palabras que tenemos de Él son sólo indicios, señalándonos con el dedo hacia un sentido. Comunican sus ideas. Pero, lo que atrapa al corazón y desarrolla el vínculo de amor que se convierte en discipulado es una presencia viva, más que una memoria histórica o un legado literario que tenemos que deconstruir.

Las palabras de los evangelios son importantes y valiosas, pero incluso ellas palidecen en comparación con el espíritu de su presencia. Cuán poderosa es esta presencia se puede vislumbrar en la historia de la mujer sorprendida en adulterio (y del hombre invisible que se salió con la suya). Si esto parece arcaico, no tenemos más que recordar la justicia vengativa con la que los talibanes imparten el mismo castigo en la actualidad.

Todos hemos sido sorprendidos en adulterio a veces. Al menos, el adulterio que Jesús identificó como residente en la imaginación y la fantasía, no sólo específicamente sexual sino cualquier forma de escapar de la realidad o de una responsabilidad. El ego, en un ataque de vergüenza o auto-rechazo, a menudo quiere apedrear hasta la muerte a las versiones más débiles de nosotros mismos o, por proyección, a otras personas.

No son las palabras las que nos salvan de este destino terrible, sino la pura presencia. Esta presencia no desaparece ni es exiliada ni siquiera por lo peor que podamos hacer o pensar. Sus palabras están escritas en lo profundo de nuestro ser, el polvo del que todos estamos hechos. Lo que deja a la ira a un costado y la desinfla es el poder de un verdadero, amable, invencible e innegable amor.

 

Traducido por Sofía Cosp

 

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