Viernes Santo 2013
Bajo la mayoría de los sistemas legales a través de la historia, la muerte ha sido a la vez el mayor crimen y el mayor castigo. Es irreversible y absoluta y por tanto terrible. Otra razón es que es la pérdida que une todas las pérdidas. En cualquier cosa que se nos haya quitado, por fuerza o accidente, se nos ha inculcado el miedo a la muerte. Cuando la muerte finalmente viene, parece probar que este miedo es justificado: eventualmente todo se va, por lo tanto no tiene significado.
Jesús iba a morir de todos modos. La conclusión de nacer es morir. No es solo que haya muerto, sino también como y porque murió lo que hace de este viernes un ‘buen’ viernes. (En inglés se llama “Good Friday” al Viernes Santo).
¿Qué hace diferente su muerte de la de los dos ladrones crucificados a cada lado de Él o de las otras personas que murieron ese mismo día?
Primero, tenemos la luz extraordinariamente lúcida que los relatos de su muerte hacen brillar dentro de su mente y corazón. No vemos todo pues nadie puede saber todo lo que pasa aún en su propia mente y menos en la de los demás. Pero vemos lo suficiente para saber que sufrió la pérdida de su conexión con la belleza de este mundo. Traspasó la última separación de aquellos en los que encontró compañía humana y que caminaron en esta maravillosa tierra con Él mientras la compartieron como hogar.
Él conocía la muerte como cualquier ser humano la conoce. Tiene que ser aceptada y tenemos que rendirnos ante ella. ‘En tus manos encomiendo mi espíritu’. No había una voz susurrándole al oído ‘no te preocupes, esto es solo una pantomima, vas a estar bien’. Era una realidad. Era el clausurar todo lo que era y conocía. Y entregar todo no significa tener la certeza de que todo lo dado se va a transformar y recuperar y no se va a diluir simplemente.
Sin embargo, en el clímax de esta particularmente terrible y solitaria muerte vemos algo que no previno su muerte sino que la iluminó. Conforme la luz de la vida parpadeaba y expiraba, otra luz brillaba más fuerte desde otra fuente. El amor que conoció en la profundidad del conocimiento de si mismo durante su vida demostró ser real, más real que la muerte. Sabemos esto porque en el momento de la pérdida final se entregó en amor a todos los que le quitaban la vida. Dio y perdonó, y esto cambia la forma antigua de ver la muerte para verla ahora bajo una nueva luz. Una nueva luz que tendremos que esperar para poderla ver.
Traducción de Enrique Lavin