4 de agosto 2013
Un extracto de John Main, “Two Words From the Past,” THE HEART OF CREATION (New York: Continuum, 1998), pp. 42-44.
Los primeros padres del desierto descubrieron rápidamente que uno de los obstáculos que cada hombre y mujer de oración debe vencer es lo que describieron como acedia.
La acedia es un concepto psicológico bastante complejo, pero contiene las nociones de hastío, sequedad, insatisfacción, desesperanza, falta de progreso. Creo que todos estamos familiarizados hasta cierto punto con esas manifestaciones del ego. De hecho, el concepto de acedia es particularmente moderno. Las personas en nuestra sociedad se aburren muy fácilmente. El aburrimiento nos vuelve a todos inquietos e inconsistentes en nuestros compromisos. Así como los primeros monjes solían escaparse a Alejandría buscando un poco de distracción de tiempo en tiempo, nosotros en nuestra sociedad de laicos, estamos al acecho de distracciones. Aquellos de nosotros que hemos descubierto el camino de la meditación a veces sentimos un estirón en sentido contrario, para apartar nuestros cuellos del yugo y poder descansar un rato. Todos buscamos diversión porque nos cansa la misma rutina de un compromiso que nos pone a prueba con largos periodos de tranquilidad en los que no sucede nada.
Un hombre joven recientemente me preguntó, “¿Cómo puedes soportar el asomarte por la ventana y ver lo mismo cada día?, ¿No te vuelve loco?” Tal vez la pregunta real debería ser “¿Cómo es que siempre podemos ver tanto al mirar por la misma ventana todos los días? Los primeros padres del desierto sabían que el hastío viene del deseo: el deseo de éxito o fama, de algo nuevo, de un cambio de entorno o actividad, de diferentes relaciones, de un nuevo juguete, de lo que sea.
La oración pura reduce el deseo. En la quietud de la oración, que aumenta conforme nos acercamos a la Fuente de todo lo que es, de todo lo que puede ser, no hay lugar para el deseo. No es tanto el trascender al deseo como que simplemente no hay lugar en nosotros para el deseo. Todo nuestro espacio se ve llenado por la maravilla de Dios. La atención que se dispersa en el desear se absorbe y se recoge en Dios. […]
Meditando, dejamos ir el deseo de control, de poseer, de dominar. Buscamos en vez ser solamente quiénes somos y al ser quienes somos, nos abrimos al Dios que es. Es entonces, un resultado de esa apertura que nos vemos plenamente llenos de la maravilla y el poder y la energía de Dios, que es el poder de ser y la energía de estar en el Amor. [Y] cuando estamos enamorados es imposible sentir hastío.
Después de la meditación: Shvetashvatara Upanishad (versos 3, 8, 10 y 12), tr. E. Easwaran, THE UPANISHADS (Tomales, CA: Nilgiri Press, 1987), pp. 217-218.
En la profundidad de la meditación, los sabios
vieron en ellos al Señor del Amor
que vive en el corazón de cada criatura.
En la profundidad del corazón de todo habita…
El Señor del Amor tiene al mundo en sus manos,
compuesto de lo que cambia y lo que no cambia,
lo manifiesto y lo no manifiesto
el yo separado, no consciente todavía del Señor,
busca el placer, solo para verse
atado más y más. Cuando ve al Señor,
Aaí termina la esclavitud.
Todo es cambio en el mundo de los sentidos,
pero no hay cambio en el Señor del Amor.
Medita en él, absórbete en él,
despierta del sueño de la separación.
Sabe que está consagrado en tu corazón siempre.
De verdad no es necesario saber más en la vida.
Medita y sabe que este mundo
está lleno con la presencia de Dios.
Traducido por Enrique Lavin