13 de octubre 2013

 
 
Extracto de Laurence Freeman, OSB, “Dearest Friends” Christian Meditation Newsletter, Vol. 33, No 3, Septiembre 2009. Págs. 3, 4, 5, 6
 
Es la práctica no la privación lo que conduce el viaje espiritual y nos empuja a crecer más allá de nuestros límites.
En un estilo de vida hiperactivo y ruidoso, empapado por el ruido de los medios y bombardeado por intrusiones visuales, los tiempos de meditación mañana y noche purifican y recargan nuestro silencio. La atención es el músculo del silencio. Su fuerza es construida a través de ejercicio constante y moderado….

La verdadera naturaleza del silencio consiste en ser la forma de ver que penetra más allá de la superficie aparente del objeto de nuestra atención. En cambio nos volvemos uno con él. En la medida que vamos dejando de pensar en él empezamos a estar con él. El silencio, como dice Ramana de una forma muy retadora para la mente moderna, es la ausencia de pensamiento.
(Pero) nuestro estilo de vida contemporáneo y las instituciones que nos monitorean no guardan espacio para el silencio. La propia naturaleza del silencio hace que sea fácil perderlo, aún sin darnos cuenta. Mientras más distraído estás menos te das cuenta que no estás prestando atención. Mientras más estímulos externos ocupan la mente, menos sabemos que hemos perdido holgura interna. Cuando eventualmente nos damos cuenta que algo está mal, o que falta, luchamos por encontrar un nombre para ello (…)
Aprender a estar en silencio requiere el quitar la atención de nosotros mismos, al menos de la forma que normal y compulsivamente pensamos acerca de nosotros, viendo sobre el hombro o mirando de cerca al horizonte. Que debo hacer? Como puedo ser feliz?  Soy exitoso o fracasado? Que piensa la gente de mí? Estoy en control? 
Estas preguntas normalmente guían nuestras decisiones y los patrones de crecimiento y declive. Cada pregunta surge de un sentido de auto-deshumanización de nuestro ser, la cual tiene, por supuesto, un papel necesario que jugar en la vida… Pero fácilmente estas preguntas se pueden convertir en el elenco dominante  de la mente desde el cual vivimos todo el tiempo. Nos volvemos sus esclavos. Como nos vemos a nosotros mismos (el ego como una cámara de seguridad que está filmando continuamente todo gesto y cada palabra) y como otros nos ven (la sensación de estar siendo evaluados y encontrados deficientes) ha, con la ayuda de los medios, generado una obsesión cultural con la auto-imagen. Desenfrenado e inalterado destruye la confianza en nuestro verdadero ser que nos permite arriesgar y darnos a otros- en otras palabras a vivir (…)
Durante mi visita a Noruega este verano nadé,  un día glorioso, en un fiordo de Oslo. Como no me gusta el agua fría la probé con el dedo del pie y la encontré muy fría para mi gusto. Pero avergonzado por la bravura de compañero Vikingo que ya se había aventado al agua, me endurecí y lo seguí. El frio abrió y estalló  mi mente, una agonía momentánea, pero después de nadar un rato, y que la temperatura de mi cuerpo eventualmente ese adaptara, se volvió delicioso.
Tenemos miedo de saltar; encontramos excusas para evitar el sentarnos en quietud y corremos del silencio inicial. Pero cuando entramos al silencio, la vida estalla con una frescura y conmoción que es la energía de la vida de Cristo. En un instante los temores, prejuicios y prisiones auto-construidas por la condición humana se empiezan a derrumbar. Irse al cuarto interior, como Jesús (lo describe). Pero al entrar en este cuarto descubrimos que nos movemos a través del espacio sin límites.
 
Después de la meditation: Mary Oliver, “A Thousand Mornings” in A THOUSAND MORNINGS (New York: Penguin, 2012) pág. 35
 
Toda la noche mi corazón hace su camino
Como puede sobre el terreno rudo
De incertidumbres, pero solo hasta la noche
Encuentra y entonces sobrecogido por 
La mañana, la luz profundiza, el 
Viento cediendo y solo esperando, como yo
También espero (y cuando alguna vez he sido 
Decepcionado?) para que el renacimiento cante