Segundo Domingo de Adviento
El Adviento es más que una cuenta regresiva. Es el surgir de lo que estamos esperando en cada momento en que estamos realmente presentes.
Las cosas raras veces suceden cuando lo queremos. Y cuando lo hacen nos dejan saber rápidamente que no controlamos cuando vienen o se van. Y de ese modo la vida nos enseña que hay una dimensión de la realidad más allá del deseo, el placer o el dolor. Es en este duro, a veces vacío espacio de sabiduría en el que el profeta se ve impulsado. Aquí el profeta aprende que es lo que tiene que decir y como está destinado s ser testigo de este significado más profundo.
Nelson Mandela lo ha de haber aprendido durante sus veintisiete años de cárcel. ¿De qué otra manera pudo haber tenido esa sonrisa de alegría y sabia compasión que se volvió una fuente de poder para su pueblo al transitar de la opresión a la libertad sin regresar a su enemigo lo que su enemigo había hecho con ellos?
Juan el Bautista, la estrella del evangelio de este día, también aprendió lo que tenía que decir – acerca de la justicia y la verdad - en un desierto. Cuando aquellos a quien criticó llegaron con él a que los bautizara, no se regocijó por el éxito que esto presentaba para su carrera sino que mantuvo el estándar de integridad tan alto como siempre. La verdad que lo abrasaba – igual que a Mandela y a aquél a quien el Bautista preparaba el camino – había domesticado su ego en el desierto de la esperanza.
Y nosotros, en nuestro menos dramático camino, en nuestro más pequeño lugar en la historia, vivimos el mismo sendero profético. En el desierto de nuestra espera, el peregrinaje a que salimos cada día con una fe misteriosamente renovada se vuelve nuestra escuela, nuestro testigo y la fuente de cualquier verdad que se nos revele para compartir entre nosotros.
Traducción Enrique Lavín
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