Miércoles de Ceniza, 5 de marzo 2014
No tenía nada especial de qué quejarse. La vida le había enseñado alguna sabiduría a través de sus sufrimientos y pérdidas pero también había aprendido mucho de tiempos de alegría y plenitud extática.
No llevaba consigo una carga de culpabilidad muy grande o alguna desventaja o aflicción poco usual. En realidad no había razón por la que ella estuviera sintiendo este insistente sentimiento de algo más.
No estaba ni siquiera segura si esto que sentía era un tipo de deseo o de tristeza – algo que quería o que añoraba no tener. Tal vez existía aún el extraño sentimiento que a veces tenemos con el deseo profundo – que no estaría buscándolo si no hubiera sido ya tocada por él y de alguna manera ya lo poseyera.
Somos un acertijo para nosotros mismos y la única manera de resolverlo es aceptarlo: introducirnos en el sentido de lo absurdo para encontrar significado y en el sentido de la ausencia para encontrar lo que está presente para nosotros.
Este sentimiento nos mueve, nos molesta. Nos cuestiona nuestro entendimiento superficial de lo que es felicidad y significado. Muchas veces deseamos estar libres de esta inagotable sed. Sin embargo es uno de nuestros grandes regalos, al igual que lo es el saber que nuestra humanidad se sigue desarrollando. Pascua es un espacio de tiempo para localizar e identificar esta hambre de Dios, de plenitud e integridad de ser. Y entonces valorarlo por lo que es.
Cuando aprendió a reconocer esto, volvió a estar lista para meditar – otra vez.
Traducido por Enrique Lavín