Jueves después del miércoles de Ceniza, 6 de marzo 2014

 

Un joven rico se acercó en una ocasión a Jesús y le preguntó qué tenía que hacer para "ganarse la vida eterna" - que podríamos decir, sería estar realmente feliz, contento y con la certeza de que la vida en realidad tiene un propósito final. Estaba un poco lleno de sí mismo y podemos pensar que hasta suena un poco condescendiente al llamar a Jesús ‘maestro bueno’. Jesús ha de haber sido alguien que respetaba el significado de las palabras – un aspecto de su honradez. Así que le regresa la pregunta al hombre joven cuestionándole por qué le llama ‘bueno’ si sólo Dios es bueno.

El encuentro con nuestro verdadero yo a veces comienza así – al ver nuestra vanidad arañada o cómo revienta la burbuja de nuestro ego. Algunas veces nuestros egos gustan de disfrazarse de buscadores espirituales. Mientras ellos estén fijando el rumbo, buscan a Dios, pero con la condición de mantenerse en control de todo. De ahí que sólo encuentren fragmentos de su verdadero yo que luego tratan de divinizar. Jesús le dice al hombre rico que solamente cumpla el código moral de ser bueno y justo. No trates de ser nada especial. Sólo sé tú mismo y haz de la congruencia y la prudencia una práctica.

Entonces sucedió algo fuera de lo común. El joven buscador se ve genuinamente impactado y comprende que no es especial en una forma egoísta sino único en una forma extraordinariamente ordinaria. No es mejor o peor que la demás gente. Su momento de humildad – de auto conocimiento – le hace ser enseñable. Jesús le dice entonces que si su pregunta es realmente seria - que para abrazar este algo más que desea –tiene que desprenderse completamente de todas sus posesiones y no sólo compartir, sino abandonar todo. Se retira con una gran tristeza pues es incapaz de hacerlo, al menos, por ahora. 

Tal vez aprendió después que responder a este llamado de absoluto desapego y pobreza de espíritu no es el trabajo de un momento. Con suerte, como cualquiera que medita a diario lo hace, entendió que aún el reto de hacer lo más difícil que el ser humano conoce – trascenderse a uno mismo - es un regalo. Lo imposible es una gracia. Sólo tenemos que tomar un paso inicial y seguir repitiéndolo hasta que sabemos que ahora ya estamos allí (y de cierto modo siempre hemos estado allí). El logro del objetivo humano es por tanto un regalo, es el trabajo de la gracia que puede penetrar nuestras defensas sólo en nuestros puntos más débiles.

Traducido por Enrique Lavín

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