1er. domingo de cuaresma, 9 de marzo 2014

Siempre hay algo que satisface y energiza acerca del proceso de simplificación. Adquirimos posesiones y las guardamos hasta que se nos olvida cuál fue su atracción original o su valor sentimental. En algún momento se vuelven sólo objetos, objetos pesados sin valor y ya sin contexto. Luego se vuelven estorbos, apegos consumistas que nos quitan la energía. Esta acumulación del equipaje de la vida, más que el paso del tiempo, es lo que está atrás del envejecer y el triste sentir de un declinar inevitable. Se vuelve cada vez más difícil desprendernos, tanto de lo emocional como de lo material de nuestra vida.

Sin embargo, la dimensión espiritual, como un punto en matemáticas, tiene posición pero no magnitud. Eso quiere decir que es real pero no se le puede precisar o medir. En esta dimensión no puedes acumular nada y los apegos se disuelven casi al formarse. Entrar en ella y aprender a ‘vivir en el espíritu’ es un trabajo duro a veces. Cuaresma es el tiempo para hacer de esto una prioridad porque, si no lo hacemos,  estamos siendo absorbidos justo por las cosas que han perdido su significado para nosotros.

 

Traducido por Enrique Lavín

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