Viernes de la 2ª semana de cuaresma, 21 de marzo 2014
Lo fundamental de toda disciplina espiritual es crecer en simplicidad de modo que podamos llegar a ser más abiertos al amor y expandir nuestra capacidad para amar más allá de las fronteras del ego. El primer paso vacilante en esta expansión de la consciencia es irónicamente una imitación de la realidad última. Comenzamos aprendiendo a amarnos a nosotros como Dios se ama a sí mismo. Para nosotros, sin embargo, este primer paso es una etapa limitada de la consciencia porque estamos preocupados antes que nada por nuestra propia supervivencia y en conseguir la felicidad mediante la satisfacción de nuestros deseos inmediatos. Es un descubrimiento emocionante que seamos capaces de hacer esto e imaginamos con esperanza que esta auto satisfacción puede continuar indefinidamente.
Pero luego corremos contra el duro muro de ladrillos de la finitud y de la otredad (de los otros). Nuestro repetido amor propio en este nivel, está expuesto como fatalmente limitado y cruelmente insatisfactorio.
Vemos que las otras personas existen y que inevitablemente las herimos cuando actuamos centrados en nuestro yo. Este es el descubrimiento tanto de la responsabilidad humana, como de nuestra propia irresponsabilidad, lo que puede llamarse pecado. Viéndonos a nosotros mismos como 'pecadores' por lo tanto, no es causante de culpa, pero sí de la vergüenza terapéutica que revela al mismo tiempo nuestro potencial y nuestra falla para realizar ese potencial.
Laurence Freeman OSB
Traducción: Marta Geymayr