3er. domingo de cuaresma, 23 de marzo 2014

 

La mujer le dijo 'yo sé que el Mesías - que es el Cristo - está por venir; y cuando esté aquí nos dirá todo'.  'Soy yo, el que te habla' contestó Jesús 'soy yo mismo'.
Esta es la conclusión del diálogo entre la mujer samaritana y Jesús en el evangelio de Juan, una de las más dramáticas escenas de los Evangelios. Está llena de matices y mezcla de detalles teatrales. (Jesús estaba cansado y sediento), malentendidos, y esta casi casual y única auto-revelación directa. No escuchamos cómo la mujer reaccionó ante esto, le debe haber tomado por sorpresa, a la mujer de personalidad reservada, y le habrá hecho re-evaluar todo lo pasado hasta ahora. Ella había comenzado a confiar en él, pero ahora le pone a su credibilidad el último test. Es típico de los relatos evangélicos que el final de la escena quede en suspenso. En las series de TV esperamos eso porque sabemos que habrá episodios siguientes y el suspenso será resuelto a medida que nos preparamos para la siguiente instalación del suspenso. Pero el último show de la serie siempre termina con un gran final, usualmente con un feliz  envoltorio.

Nos gustan los finales felices y no quedarnos colgados en el aire. Pero eso es más como la vida real. No existe un final a menos que tomemos a la muerte como tal; y si escuchamos el evangelio no hay un final sino un túnel conectando ambos lados de la montaña de la vida. No estaríamos escuchando la historia de Jesús y esta alegre mujer si la persona que lo transcribe no habría visto la luz al final del túnel reconociéndola como la luz de Cristo. La historia inconclusa toma un giro en el relato en nosotros cuando tomamos la responsabilidad que conlleva el acto de escuchar.

Laurence Freeman OSB
Traducción: Marta Geymayr

 

Categorías: