Miércoles de la 4ª semana de cuaresma, 2 de abril 2014
Ecuanimidad. Uno de los frutos de la práctica espiritual, que balancea las dimensiones interna y externa de la conciencia. Nos recuerda que la dualidad de interior y exterior que nos provee el sentido común, es en realidad trascendida a medida que nos acercamos al vivo y pulsante latido del corazón de la realidad. ¿Qué significa en realidad decir que tenemos una vida interior y una vida exterior? Elimine al omnipresente observador y queda solo la vida, siempre fluyendo.
La ecuanimidad puede sonar y parecer como un insípido estancamiento, una aburrida rutina que bloquea lo mejor (y lo peor) que la vida ofrece, aislamiento contra el cambio. En realidad, es la dinámica quietud de un eje de actividad en el cual todos los aspectos de la experiencia ingresan y egresan – como una gran ciudad mundial, una enorme terminal de tren o un hogar donde somos conocidos, nutridos y renovados. Tenemos miedo de la ecuanimidad porque la confundimos con la inmovilidad. Porque, pensamos, si nos protegemos de bañarnos desnudos en los valles oscuros, nos negaremos también las apasionantes cúspides. La meditación es un diario balanceo sobre el borde afilado de la realidad. Nos refina, no sólo emocional, mental y psicológicamente, sino también elimina el miedo a la vida. Una vez que hemos aprendido a amar verdaderamente la vida, el miedo a la muerte se reduce a un poco más que un vestigio psicológico.
Laurence Freeman OSB
Traducción: Javier Cosp