Sábado de la 4ª semana de cuaresma, 5 de abril 2014
Una de nuestras mayores y sin embargo, más comprensibles fallas es la incapacidad de ver que no vemos el mundo como lo hicieron nuestros predecesores. Con el tiempo, incluso la distancia entre padres e hijos y, por supuesto, aún más entre los siglos, cambian las perspectivas fundamentales y los supuestos. Estamos viendo las mismas cosas materiales - por ejemplo una montaña cubierta de nubes, los niños jugando, jóvenes soldados que desfilan o una ruta comercial - sin embargo, su significado - y nuestra relación con él - pueden ser completamente diferentes de los de nuestros antepasados. La lectura de los salmos y llegar a conocerlos y amarlos nos ayuda a ver esto. El salmista mira las fuerzas de la naturaleza y las costumbres de los humanos como epifanías de la inteligencia invisible pero omnipresente de Dios. Su belleza le arrebata, incluso hasta el punto del miedo, y le emociona con un sentido de la maravilla. El mundo está encantado.
Aunque con nuestro nuevo conocimiento de las cosas, esta comprensión precientífica nos parece ridícula, sin embargo, hemos perdido algo esencial acerca de esto aún cuando hemos aprendido a explicarlas y categorizarlas. Deslumbrados por los datos, fácilmente perdemos el significado, y la realidad del misterio (que es algo más grande que nosotros) se sumerge en el análisis y la reducción de las cifras. Sin duda, esto ayuda a explicar por qué la economía y las finanzas han reemplazado la mayoría de otras formas de dar valor y significado. Pero nos quedamos con una sensación de sequedad en la boca, una sensación de alienación respecto al mundo; y no hay otro lugar adonde podamos ir a recuperarnos y volver a conectarnos, que a nuestro propio corazón.
Laurence Freeman OSB
Traducción: Marina Müller