Lunes de Semana Santa, 14 de abril 2014

 

María trajo una libra de un ungüento muy costoso de nardo puro y ungió los pies de Jesús, secándolos con sus cabellos; la casa se llenó del aroma del ungüento.

Los cuatro evangelios son relatos muy distintos de la vida de Jesús y las diferencias se vuelven más  marcadas en la narrativa de sus últimos días y horas. No son relatos como los que leemos en la prensa. La verdad se nos presenta como una realidad que somos invitados a vivenciar, no sólo algo en lo que pensar. No podemos experimentar la verdad sin permitirle que se vuelva parte nuestra. La verdad, toda la verdad, de hecho, siempre es descubierta más bien que meramente informada.

En la historia de María escuchamos un hecho cuyas circunstancias exactas no se nos brindan. (Incluso hay Marías significativamente diferentes en la historia, cada una de las cuales – como los amigos en nuestras vidas – reflejan un aspecto diferente de la verdad que habitamos). Pero el detalle del aroma a nardo que llena la casa es memorable. Judas se queja del gasto de dinero, pero Jesús defiende el gesto de devoción y reverencia de María. Su acción amorosa debe haber llenado los corazones de quienes estaban ahí presentes, con un sentido de la maravilla y de lo sagrado, como siempre que vemos a alguien actuar desde un lugar puro y generoso sin inhibición ni cálculo. Un acto al que, como la meditación, no se le puede poner precio, con el que no se puede negociar.

Esta es una preparación y una afirmación de lo que Jesús mismo está a punto de hacer.

Así como a un atleta se le hace un masaje antes de una competencia, a él lo está tocando externamente el amor que fluirá de él desde dentro. No solo unos pocos elegidos, sino todos los que vinieron antes y después, toda la familia de la humanidad. Toda la casa se llenará con el aroma de su gesto.

Laurence Freeman OSB

Traducción: Maren Torheim

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