Viernes Santo, 18 de abril 2014

 

No digas de nadie que es feliz, hasta que muera, dijo el poeta Esquilo. Uno puede entender lo que quiso decir, aunque suena un poco deprimente. La muerte marca una línea fronteriza absoluta más allá de la cual no pueden cruzar las cambiantes fortunas de la vida, los sufrimientos inesperados, los reveses y las desilusiones por no alcanzar nuestras metas. Es verdad que no podemos ver lo que está del otro lado, pero debe de ser muy diferente a la vida de este lado. Esta es una interpretación minimalista de la muerte.

En la sensación inesperada de alivio y liberación que con frecuencia se siente en el momento de la muerte hay una verdad más profunda y más humana y más vitalizante. La última exhalación del cuerpo parece llevar aun una profunda y exhilarante inspiración de un tipo de aire diferente y más puro. Convierte a la muerte, que de otro modo parecería invalidar todos los valores de la vida, en una fuente de significado y esperanza que no hay una manera común de explicar.

La forma en que morimos dice mucho acerca del tipo de persona que elegimos ser por nuestra forma de vivir. En la Cruz somos testigos de una absoluta ausencia de negación, una aceptación de la realidad – la experiencia de Dios como el suelo de nuestro ser – que realmente transforma la realidad para quienes, como nosotros, estamos parados al pie de este árbol de vida, este árbol del conocimiento del bien y del mal. Comemos su fruto cuando permitimos que nuestra muerte – tan llena de resistencia y negación – sea elevada a su órbita, como un barco más pequeño es impulsado hacia adelante por la estela de un transatlántico. Esta muerte evapora nuestro miedo a la muerte hasta que este se convierte en no más que la espuma de una gran ola.

El tormento generado en la carrera, el demoledor grito de muerte, como lo llamó Esquilo, no puede ser negado, pero es curable. Jesús nos deja parados al pie de un árbol muerto, como dolientes desplomados sobre un lecho de muerte. Pero la intimidad de la amistad que nos dio es más fuerte que esto. El silencio susurra que él se ha zambullido profundo, fuera de nuestra vista, para confrontar los oscuros dioses de nuestra raza. La larga, profunda inspiración de Espíritu, que tomó antes de esa zambullida, lo traerá a la superficie de vuelta.

Laurence Freeman OSB

Traducción: Maren Torheim
 

 

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