14 de setiembre 2014
Una selección de Laurence Freeman, OSB, JESUS: THE TEACHER WITHIN – JESUS EL MAESTRO INTERIOR (New York: Continuum, 2000), pp. 130-131.
Para encontrar a Dios, debemos perder a Dios – al menos nuestras ideas primitivas e imágenes de Dios. Abandonar estas imágenes familiares es doloroso, individualmente y para la comunidad de la cual formamos parte. Es un nivel profundo de nuestra psique que está siendo cambiado. Aun para el que no es religioso habrá el dolor de sentir que se pierde a un Dios familiar y reconfortante. El dolor y la alegría acompañan este descubrimiento del misterio vivo porque los ídolos que necesitamos romper están enredados con nuestras imágenes de nosotros.
Este sentido de separación de Dios, sin embargo, es necesario para la individualidad espiritual. Es particularmente doloroso y confuso para la gente religiosa. Su primer atisbo del Reino puede lucir menos como un descubrimiento de Dios que una pérdida o inclusive un rechazo sacrílego del Dios que con tanta seguridad habíamos recibido. Pero a través de la terrible vaciedad de la ausencia, encontramos a Dios.
Lentamente entendemos que el perder la imagen es el prerrequisito para encontrar al original. Perder tu camino es exactamente el camino para buscar a Dios. La verdad acerca de la visión de Dios revela otra ley que tal vez no estemos conscientes que estamos obedeciendo: que el encontrar nuestro yo verdadero implica perder nuestro ego. Para profundizar en una relación debemos dejar ir la otra. La ausencia se transforma entonces, imperceptiblemente, en el misterio de la presencia. Finalmente nos damos cuenta que la ausencia de Dios es simplemente nuestra incapacidad de comprender la presencia real de Dios.
Todo lo que podemos decir con precisión de Dios, según Tomas Aquino, es que Dios es, no lo que Dios es. Nuestra relación con Dios, es por tanto, similar al misterio que somos para nosotros. Si es cierto que Dios siempre permanece un misterio para nosotros, también es cierto que somos un misterio para nosotros. El misterio es, después de todo, que existimos, que cualquier cosa existe. Este maravillarse es una cualidad humana fundamental y según Aristóteles, la base de la filosofía. La maravilla de ser humano depende de la maravilla del misterio de Dios. Esta ‘misteriosidad’ de Dios es la primera afirmación bíblica de Dios. A pesar de todo el ritual y todos los pensamientos que se han acumulado, la conocible inescrutabilidad de Dios es el eje de la teología cristiana.
“Si lo puedes entender,” dice San Agustín, “no es Dios. Si fueras capaz de entenderlo aun parcialmente te habrías engañado a ti mismo con tus propios pensamientos.”
Esta humildad radical (y humor) ante el misterio inefable de Dios es el fundamento de la tradición cristiana. Desde el corazón de esa tradición surge una autoridad que libera. Sus maestros enseñan el camino con un sabio desconocimiento, una ignorancia aprendida y humilde, hacia el Reino.
Después de la Meditación, “The Level of Words,” THE SOUL OF RUMI: A New Collection of Ecstatic Poems, tr. Coleman Barks (New York: HarperCollins, 2001), p. 77.
EL NIVEL DE LAS PALABRAS
Dios ha dicho, “Las imágenes que vienen con el lenguaje humano
No me corresponden,
Pero aquellos que aman las palabras las deben usar para acercarse.”
Recuerda, es como decir del rey, “No es un tejedor.” ¿Es eso alabanza?
Lo que quiera que quiera decir ese enunciado,
las palabras están en ese nivel del conocimiento de Dios.
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