Lunes de la 1ª semana de Cuaresma 2015, 23 de febrero
Mateo 25:31,36: Tuve sed y me diste de beber, fui un extranjero y me recibiste
¿Se puede enseñar la compasión? ¿Se puede reglamentarla? Luego de conocerse algunos casos de brutalidad espantosa e increíble en las instituciones de acogida a los ancianos, fueron introducidos cursos de entrenamiento y reglas más estrictas. Alguien estaba haciendo algo. (Después de un desastre siempre se dice “alguien debería hacer algo al respecto”)
Tal vez el entrenamiento y las reglas refuercen el principio básico de que al menos no deberíamos dañar a los demás. Pero la compasión es más que un comportamiento. Es la manera en que las cosas son hechas. Sobre todo es la fuente de la cual fluyen las acciones hacia uno mismo y los demás. La fuente de la compasión es nada menos que el verdadero ser, el irreductible “Yo” en el cual el ego ha sido totalmente absorbido, y por lo tanto es invisible y no proyecta sombra.
Cuando las acciones fluyen de este punto no-geográfico de la pura identidad, no importa lo que aparente ser, e incluso que parezca bueno o malo a los ojos de los demás. La compasión es pura acción proveniente de la pureza de corazón. Es esparcida a los demás por la fuerza de la generosidad que es muy completa y muy plena en sí, como para preocuparse sobre lo que se recibirá como recompensa.
¿Suena esto como meditación? Seguro, porque esto es meditación. Cuando el verdadero yo está en juego, todo lo que se piensa y realiza es una forma de meditación. Hasta entonces, nosotros necesitamos aprender y re-aprender a estar centrados y a ser simples. Tenemos que recordarlo cuando lo olvidamos. Decir el mantra es justamente este proceso de aprendizaje.
Decir el mantra con el corazón pleno, generosamente, puramente, comienza a orientar a la persona entera en esta dirección no centrada en sí. Coloca el tono para todas las cosas. La meditación nos permite ser más compasivos, porque ella misma es compasiva.
Traducción: Marta Geymayr