3er. domingo de cuaresma 2015. 8 de marzo
Juan 2:13-25: Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía bien a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio de los hombres, pues él sabía lo que hay en el hombre.
Cuando hubo 'limpiado el templo' expulsando a los cambistas y comerciantes del lugar sagrado, Jesús selló su destino. Una cosa es, como sabemos todos, enseñar y otra diferente, practicar. Cuando comienzas a actuar basado en la verdad - tomando el riesgo de estar en lo correcto y el riesgo mayor de volverte impopular por 'hacer olas' - el sistema se volverá contra ti. Los pavos no votan por Navidad y los pollos no votan por Pascua.
Siempre está presente, como sabemos, el pecado personal. Por ejemplo: nuestra negativa a enfrentar la realidad y nuestra preferencia por lo que sabemos dentro de nosotros que es ilusión; o nuestro deliberado y cuidadosamente justificado endurecimiento de corazón hacia la gente necesitada que se vería beneficiada por nuestro tiempo, tesoro o talento, nuestras maneras rebuscadas para defender una relación auto centrada hacia los eventos o las personas en nuestra vida, nuestra avaricia deliberada y nuestros objetivos a corto plazo, nuestra manera de explotar a la gente. Y podríamos seguir. Todos conocemos nuestros defectos - o los sospechamos. Son las causas de nuestro infierno psicológico e individual - el campo del falso yo. Por más dolorosos que sean, sin embargo, no presentan un gran obstáculo para el amor de Dios que se derrama a través de nuestras grietas para sanarnos y darnos siempre otra oportunidad.
Pero hay algo más en el entorno del pecado que nos afecta porque nos condiciona a través de la cultura en que vivimos. Es más colectivo e impersonal que nuestras faltas personales. Lo vemos en los tsunamis sociales de una inhumanidad horriblemente loca e insensibilizada como la Shoah o el estado islámico. No solamente individuos sino grupos poseídos por el pecado. Nos da un falso sentido de comunidad - una experiencia auto destructiva y perversa de la solidaridad que todos los seres humanos buscan.
El pecado, ya sea personal o colectivo, es pegajoso. Aun cuando nos tratamos de separar de él, se va enraizando más. Las víctimas se vuelven entonces como aquellos que las perseguían, pero se presentan como los que llevan las de perder. Sin embargo, podemos liberarnos a nosotros y a nuestro mundo de ese horrible estado pegajoso del pecado con inyecciones fuertes del suero de la realidad.
El trabajo de la meditación, según lo menciona el libro del siglo XIV, La Nube del no Saber, seca la raíz del pecado. Esto es una declaración fuerte. Pero cierta. Y no te hará popular. La meditación es un poderoso solvente que disuelve el pegamento de la ilusión y el egocentrismo. Así como un gran producto que descubrimos hace un trabajo formidable en las labores de la casa que no hemos podido terminar, la meditación cumple lo que promete. Siempre y cuando hagamos uso de ella. La Cuaresma es el tiempo para realizar estas labores.
Traducción: Enrique Lavin