Lunes de la 5ª semana de cuaresma 2015. 23 de marzo

 

Juan 8: 1-11: aquel que esté libre de pecado arroje la primera piedra.

La sabiduría de Salomón es así de evidente e irrefutable una vez que alguien tuvo la claridad y el coraje de expresarla.

La claridad crece con el espíritu de aceptación y la purificación de la mente. No podemos conceptualizar esta claridad más de lo que podemos ver una pantalla perfectamente translúcida. Vemos a través de ella. Esta “visión de Dios” es un simple ver, no es un mirar. Con esta visión, que es resultado de un corazón puro, podemos ver con claridad todos los juegos que juega el ego, a través de todas las ilusiones y autoengaños.

Pero esta claridad separa al que ve con ella del resto de la multitud, de uno como la multitud aliada contra la mujer descubierta en adulterio. ¿No nos gusta sentir que somos justos y mejores y luego sentir nuestro pequeño ego magnificado por las personas autosuficientes que nos rodean? Es un efecto de la multitud que canta en un estadio de football o en un ataque racista o una violación en grupo. Nos reforzamos y adulamos entre nosotros apuntando a alguien más débil que puede ser inocente o que fue descubierto haciendo algo malo. Nuestro odio a la víctima esconde nuestra misma vergüenza.

Se necesita del coraje de esta claridad para discrepar con la multitud y permanecer en la verdad. Aún en esta historia, no obstante, Jesús no toca el corazón de la multitud que estaba por apedrear a la mujer. El simplemente elimina de ellos el falso razonamiento y la justificación de sus acciones. De forma temporal, el ego colectivo es pinchado, y por lo tanto los pequeños egos individuales desinflados. Pero cómo debieron odiarlo cuando volvieron a sus casas y hablaron de lo sucedido. Tenemos la esperanza de que la mujer para entonces pudo alejarse a salvo. Jesús, sin embargo, era su nuevo objetivo.

Ser claro y compasivo no equivale al éxito social.

Laurence Freeman OSB

Traducción: Ana Silva

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