15 de marzo 2015
Un extracto de Laurence Freeman OSB, “Letter Eleven,” WEB OF SILENCE (London: Darton, Longman, Todd, 1996), pp. 116-118.
De tiempo en tiempo, por la gracia, la fe y la simplicidad del mantra, podemos ser dirigidos hacia una gran paz y ecuanimidad. Nuestra existencia consciente se vuelve armónica, reflejando desde la profundidad de nuestro ser la calma y la alegría de la vida de Cristo resucitado. Cuerpo, alma y espíritu se encuentran unidos en paz, como una pareja que después de muchas discusiones regresa a la bondad natural del amor de su relación. Por lo que respecta a la mente, ve sus interminables monólogos y ansiedades auto dramáticas desaparecer repentinamente. Se vuelve silente, asombrada ante su propia capacidad de estar quieta (posiblemente no consciente de que al pensar todavía no está completamente quieta) y su capacidad de dejar ir sus deseos y miedos compulsivos.
Luego hay ocasiones – momentos cortos tal vez – cuando nos vemos dirigidos totalmente fuera de nosotros. No estamos dormidos. Pero tampoco despiertos en el sentido acostumbrado. Es más, comparado con esto, nuestro estado despierto normal es más parecido a un sueño que estar despierto. La claridad de consciencia que disfrutamos es porque el Yo que lo quiere disfrutar ha desaparecido.
“Ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí.” ¿Es San Pablo el que describe este estado trans personal, que trasciende al ego, un budista o un panteísta?, ¿Quién es el yo en el que solamente Cristo, la imagen perfecta del Dios invisible vive? Estas son importantes preguntas sin fin. Pero su importancia sólo toma lugar después del evento. En la duración de este simple estado de unión, estas preguntas, como los pensamientos, se consumen por la pura presencia de “Aquel que verdaderamente es”. Pero luego regresamos a la realidad ordinaria y recordamos el último pensamiento que tuvimos antes de la experiencia – nuestra sed, nuestro estado de cuenta bancario, los problemas de nuestros hijos. Pronto nos vemos inmersos en nuestro mundo de pensamientos familiares. Dios se vuelve un objetivo que estamos tratando de alcanzar o entender, o una memoria por la cual sentimos nostalgia, más que el YO SOY del amor que invade todo nuestro más profundo ser.
Despues de la meditación: Marcus Borg, CONVICTIONS: How I Learned What Matters Most (New York: HarperOne, 2014), pp. 49-51. –Cómo aprendí que es lo que importa más.-
Ser cristiano no es acerca de tener nuestras creencias intelectuales y nuestra teología correctas…ni tampoco de tener una teología intelectualmente correcta.
Ha habido millones de cristianos “simples” a través de los siglos. No quiero decir de “mente simple” en sentido peyorativo, quiero decir gente para los cuales la vida de la mente no era central para su vida cristiana. No estaban preocupados por las creencias correctas o por cuestiones intelectuales. En vez, el cristianismo era acerca de amar a Dios y a Jesús y buscar amarnos unos a otros…
Ser cristiano no es tener una teología correcta por tener nuestras creencias bien ordenadas. Es acerca de una relación más profunda con Dios tal como lo vamos conociendo en Jesús.
Episodios de gran maravilla, de sorpresa radical, de luminosidad radiante, con frecuencia evocan la exclamación:”Dios mío”. Al menos para mí así ha sido. Y para mí esa exclamación expresa la verdad. Es la convicción central que ha dado forma a mi camino cristiano…Dios es real, “el más” en el que vivimos y somos.
Esto ha formado también mi forma de entender las religiones en general y de las mayores figuras religiosas, incluyendo las figuras centrales de la tradición bíblica: Moisés, los profetas, Jesús, Pablo y más. Todos eran personas para quien Dios, lo sagrado, lo “más”, era una realidad experiencial. Ahí es de donde su manera de ver – su sabiduría, su pasión y su valor - venían. No sólo creían en Dios, conocían a Dios.
Traducción E Lavin